DE FIESTAS Y LOCURAS (I)

En la esquina de Las Madrices existió una casa que por sí sola podría haber contado buena parte de la historia de Caracas, desde que la ciudad se estabilizó hasta que se convirtió en próspera ruina, pasando por los tiempos en que fue el corazón de los sueños de Independencia de la América española, lo cual es, a su vez, buena parte de la historia de Venezuela antes de la Independencia. En esa casa se vivió uno de los primeros casos de locura en el poder en Venezuela. Y el final de uno de los más importantes. Don Arístides Rojas en un párrafo de su “Cuadrilátero Histórico”, la confunde con otras dos y trata de que sean una sola. Confunde dos que también fueron importantes y demolidas (la del Vínculo Aristeguieta, que fue de Bolívar, y la de los Xerez de Aristeguieta, donde vivieron las “Nueve Musas”), con la de Madrices a Ibarras 1, que fue de don Juan de la Madriz, casado, con su prima Teresa Madriz Jerez de Aristeguieta y Bolívar, cuando narra que “en ella (que son ellas) habitaron oficialmente los antiguos capitanes generales: “De los tres últimos representantes del Rey de España en Venezuela, dos de ellos nos dejaron sus huesos y el tercero su memoria; el mariscal Carbonell que murió en 1804 y fue enterrado en el templo de las Monjas Carmelitas, y el mariscal Guevara y Vasconcelos que murió en 1807 y está enterrado en el templo de San Francisco. Por lo que toca al mariscal Emparan, los revolucionarios del 19 de abril tuvieron a bien embarcarle para los Estados Unidos de América. Ignoramos cuál fue la suerte de este triste mandatario”. En cuanto a los dos primeros, don Arístides se refiere a la casa ubicada de Gradillas a Sociedad Nº 13, que sí está al Norte de la esquina de Sociedad y fue la casa de las hermanas Xerez de Aristeguieta, las famosas “nueve musas”, primas de Bolívar, de quienes hablaremos más tarde. En cambio es sabido que el último gobernador y capitán general sí vivió entre Madrices e Ibarras, en donde quedó en calidad de detenido luego de entregar el mando en 1810. La casa de Vicente Emparan es, pues, sin duda, la de Madrices a Ibarras 1, parte Noroeste de la esquina). Quien se haya interesado por estudiar la historia menuda, que es la verdadera historia del país, sí sabe cuál fue la suerte del no triste sino justo triste mandatario don Vicente Emparan, y debe estar enterado de que fue a esa casa, a esa “hermosa casa” a donde volvió, furioso y caído, probablemente consciente de que los hechos acababan de convertirlo en el último gobernador y capitán general efectivo e impuesto por Madrid a Venezuela. Era Jueves Santo, y don Vicente entró, acalorado a pesar de que la temperatura de la ciudad no era alta, a la casona. Fue directamente a sus habitaciones en los altos y con rabiosa prisa se despojó de ropas y ornamentos, mientras afuera había una gran fiesta colectiva, que en su momento era muestra de locura, puesto que en el Jueves Santo no debe cele­brarse nada. Emparan estaba indignado consigo mismo y con los regidores y los curas y los agitadores que lo habían forzado a pasar definitivamente a la historia como un derrotado. Derrotado, sí, pero por circunstancias absolutamente fuera de su control, aunque en el fondo subyace algo de su culpa, por moverse de un lado a otro, de un bando a otro, sin constancia ni firmeza en sus ideas. Derrotado si se piensa que quiso mantener, con su locura, el mando de una potencia colonialista a la que se enfrentó con éxito la decisión colectiva de los Libertadores, sumada, a la larga, a la de todo un pueblo. Eso fue inmediatamente antes de la Independencia. Pero, sin duda, la historia no ha sido del todo justa con Emparan. Su frase “yo tampoco quiero mando” no fue un gesto de cobardía, sino de altruismo. Quería evitar lo que después, por la actitud intransigente y soberbia de las autoridades españoles, sobrevino: una guerra terrible, en la que parecieron miles de personas y por la que sufrieron aún más seres humanos. Si los españoles hubieran seguido el ejemplo de Emparan, todo eso se habría evitado. Y ojalá que algún día se le reconozca a Emparan su noble gesto, y podamos ver, en Caracas y en toda Venezuela, monumentos que lo conmemoren. Llama la atención que a esa esquina no se la haya llamado “de La Madriz” sino de Las Madrices, en recuerdo, dicen, de las nietas de don Domingo Rodríguez de la Madriz, Caballero de la Orden de Cristo, que construyó la casa a mediados del Siglo XVII, cuando se casó con doña Juana Liendo, de familia emparentada con el Libertador, tal como lo estarían sus descendientes directos, don Juan de la Madriz y su esposa, Teresa Madriz Jerez de Aristeguieta y Bolívar, que en 1827 eran dueños de la casa en donde nació Simón Bolívar y le dieron en ella una cena en la que el Libertador llegó a emocionarse por el sitio en que lo colocaron. La casa que construyó para sí don Domingo de la Madriz, en la acera de enfrente y poco más de una cuadra al Norte de esa en la que nació Bolívar, fue de las mejores de su época; su segundo habitante fue el Capitán Felipe Rodríguez de la Madriz, padre de las Madrices, nacido en la casa, y que en 1704, como Alcalde que era de Caracas, asumió junto con el otro Alcalde, Francisco Alonso Gil del Valle, el gobierno de la provincia de Venezuela.

(Continuará)

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