TAMBIÉN LLEGARON LOS SUCRE (II)

Los hijos del Coronel don Vicente de Sucre y García de Urbaneja y su primera esposa María Manuela de Alcalá y Sánchez, fueron los siguientes: José María, muerto en 1855, a los sesenta y ocho años, de quien Iturriza informa que “hubo sucesión” (Iturriza Guillén); María Aguasanta, esposa del gallego José Antonio Cortegoso, murió a los treinta y tres años en un naufragio cuando viajaba de La Habana a Saint Thomas junto con sus ocho hijos, en 1821; María Josefa, que murió con su hermana y sus sobrinos; Magdalena, asesinada (Grisanti, Ángel, Op. Cit. p 31) por las huestes de Boves que asaltaron la casa de los Sucre en Cumaná en 1814; José Jerónimo, prócer de la Independencia (Coronel), casado con otra Sánchez, muerto a edad avanzada y con mucha descendencia; Vicente, también asesinado por las huestes de Boves en 1814, a los veintitrés años de edad; Pedro, valiente militar independentista, fusilado cuando apenas tenía veintiún años, por Boves en 1814, después de la batalla de La Puerta; Antonio José, el Gran Mariscal de Ayacucho, asesinado en los bosques de Berruecos en 1830, a los treinta y cinco años; y Francisco, fusilado a los diez y ocho años, después de la batalla de Cariaco. De nueve hermanos, siete murieron trágicamente y en aras de la Independencia, y a esos siete hay que sumarles los ocho hijos de Aguasanta. Quince muertos por la misma causa en una sola familia. Es algo que ni siquiera los trágicos griegos pudieron imaginar. Los hijos del segundo matrimonio de Vicente Sucre (que algún tiempo después de enviudar se casó, en 1803, con Narcisa Márquez de Valenzuela y Alcalá, prima hermana de la difunta y parienta cercana de él por varios costados) fueron: Carlos, Vicente y Ana María, que murieron niños; Margarita, casada con Vicente Lecuna y Párraga, también prócer de la Independencia, antepasado, entre otros, del historiador Vicente Lecuna; José Manuel, casado con su prima María del Rosario de Alcalá y Alcalá; Juan Manuel, casado con Águeda Moor y fundador de la rama guayanesa de los Sucre; María Manuela, también casada con un pariente, Ciriaco Ramírez y Alcalá; María Magdalena, casada con José María Betancourt y Machado; y María del Rosario, nacida en 1818, y casada dos veces, la primera con José María Guerra y Bermúdez, viudo de su prima María Josefa de Alcalá, y la segunda con su primo por varios costados José María Sucre Márquez. Esos hermanos por parte de padre del Mariscal Sucre, nacidos inmediatamente antes de la guerra o durante la guerra, no corrieron del todo la misma suerte trágica de sus hermanos mayores, los Sucre Alcalá, pero tampoco vivieron sin sobresaltos o una vida regalada. Escaparon de milagro de la matanza de 1814 y, luego de años de exilio y penurias, de sufrir lo insufrible, de sobrevivir a lo que fue una verdadera quema, una guerra terrible, fratricida, marcada más por el odio que por las diferencias de opiniones, quedaron marcados para siempre por ella. Como todo el país. También los Alcalá, es decir, la rama materna del Gran Mariscal de Ayacucho, fueron parte de ese proceso de endogamia que caracterizó durante mucho tiempo a los venidos a América desde España. Seguramente que en ello intervinieron tres factores: El natural gregarismo que hace que los seres vivos busquen a sus pares, los temores que producen la famosa discriminación racial y el hecho de que se trataba de poblaciones muy pequeñas, en las que los de origen europeo mantenían relaciones solamente con los de origen europeo. Allí, desde luego, está presente aquel concepto absurdo de la “limpieza de sangre”, que, por desgracia, ha causado en el mundo situaciones espantosas. En este caso en particular el énfasis hay que ponerlo en algo mucho más importante: Las circunstancias produjeron todo un cuadro endogámico, y no sería nada extraño que en la combinación genética, que no tiene que ver con la sangre sino con el genoma, se produjera esa condición altruista que ha convertido a Antonio José de Sucre en una de las figuras más notables de toda la humanidad. Obsérvese que muchos de los parientes de Sucre también se entregaron en cuerpo y alma a la lucha contra el poder español que se inició en Caracas el 19 de abril de 1810, al extremo de ver su familia literalmente diezmada. Parecería, pues que los elementos hereditarios recesivos de altruismo, posiblemente presentes en varias de las familias que protagonizaron, desde Europa, pero muy especialmente en América, los cruces y reencuentros de la “enredadera genealógica”, interactuaron y se manifestaron en el carácter definitivamente altruista de Antonio José de Sucre y Alcalá, nacido en Cumaná, en la costa oriental de Venezuela, el día tres de febrero de 1795, que corresponde a la parte más fresca de todo el año y está dedicado, en el santoral católico, a San Nicolás de Longobardo y a los obispos Oscar y Blas. Al señalar el altruismo del Mariscal Sucre vale la pena también subrayar algo: Las revoluciones políticas. Como las guerras, casi siempre han sido luchas entre dos egoísmos: El de los que tienen el poder y el de los que aspiran a tenerlo. Un grupo o una casta está en el poder y otro grupo u otra casta quiere desplazarlo. Por lo general, el que desplazó a los que estaban termina haciendo lo mismo que los otros hacían, abusando y usando el poder para sus fines egoístas, por lo que aparece otro que hace lo mismo que los otros habían hecho, con lo que se forma un círculo vicioso. La rebelión de Caracas es un caso muy diferente y único en la historia: Empezó como cualquier otra, cuando los “mantuanos”, los descendientes de hidalgos, buscaron el poder para acabar con el monopolio de España en materia comercial, monopolio abusivo que se ejerció a través de la Compañía Guipuzcoana, desde 1728 hasta 1797, y de la Compañía de Filipinas a partir de esa fecha. Hacia eso apuntaba, por ejemplo, lo que se ha llamado la Conspiración de los Mantuanos, de 1808, en la que intervinieron, entre otros, el Marqués del Toro, Martín Tovar y Ponte y Antonio Fernández de León, que después sería el Marqués de Casa León, así como los Bolívar y muchos otros integrantes de la clase de los blancos criollos que, sin duda, buscaban la Independencia política con la mira puesta en la simple Independencia económica. Pero para lo que podríamos llamar la segunda generación, es decir, los hijos de los mantuanos, influidos abiertamente por la Revolución Francesa y por las ideas de Francisco de Miranda, no era suficiente la libertad de comercio; aspiraban a una verdadera revolución y la hicieron, y con ello se convirtieron en la única clase social que ha combatido a muerte, no para conseguir privilegios, sino para renunciar a ellos, y que, en aplicación de lo que he demostrado, fueron desplazados violentamente del poder por los blancos de orilla, el equivalente a la burguesía, de origen más o menos rural, representada en este caso por José Antonio Páez, Juan José Flores y otros próceres menores, casi todos nacidos en lugares muy distantes a las capitales. Uno de los casos más notables de sacrificio, de renuncia a privilegios, de entrega a una causa hasta llegar a sacrificar su vida por ella, fue el de Antonio José de Sucre, que en Europa habría sido noble, y en América vivió para acabar con el colonialismo y la monarquía absoluta, y murió por su pueblo, como casi ningún otro en la Historia universal. Ello nos permite suponer que las tendencias altruistas, especialmente las provenientes de la educación, de la cultura (pues no cabría aquí hablar simplemente en términos de genética), se fueron acumulando y se impusieron a las egoístas en esa generación de venezolanos, y que en el caso de Antonio José de Sucre, llegaron a su punto máximo, como seguramente no han llegado ni llegarán jamás en un solo individuo simplemente humano. Y todo ello se formó mucho antes de la Independencia.

FIN

TAMBIÉN LLEGARON LOS SUCRE (I)

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