La revuelta se inició, tal como ocurriría en la revolución de Caracas de 1810, con una consigna ambigua: “Viva el Rey y muera el mal gobierno”, fue el grito de los “comuneros” que se escuchó por vez primera en el Táchira y pronto se expandió hacia Mérida y zonas de Trujillo y de Barinas. En lo que hoy es nuestro territorio ya había habido un antecedente, en 1779, en La Grita, cuyos pobladores se alzaron, conducidos por Juan José García de Hevia, rico terrateniente, ganadero y cultivador de café, nacido allí en 1762, en parte a causa de la rivalidad entre él y las familias Noguera y Neira. García de Hevia era Alcalde de la Santa Hermandad y arrendatario del estanco de Aguardiente, y cuando se produjo la rebelión de los Comuneros fue designado capitán general de los alzados (mayo de 1871). El movimiento se generalizó en lo que hoy es Táchira y Mérida, que así se unían a los pobladores de Cúcuta y Pamplona. Pretendían que aquella rebelión llegara nada menos que hasta Caracas, (como lo harían en 1813 Bolívar y en 1899 el tachirense Cipriano Castro) con lo cual se habría convertido en una auténtica revolución independentista, y empezaron a tomar actitudes que los alejaban de sus propósitos iniciales, cuando repartieron el tabaco de La Grita entre el pueblo y arrestaron a los españoles. A mediados de julio ya habían llegado a bailadores, y el 25 ocuparon Ejido. Habían formado un gobierno rebelde, integrado en su mayoría no por ricos propietarios, sino por campesinos y pequeños cultivadores. El 27 de julio ocuparon Mérida, y el merideño Francisco Javier Uzcátegui empezó a encabezar políticamente el movimiento que en lo militar estaba a cargo de García de Hevia. El 5 de agosto, el gobernador de Maracaibo, Manuel de Ayala, envió tropas para contener a los comuneros y evitar que llegaran hasta Trujillo. El alcalde de Ejido, un tal Antonio Ignacio Dávila, alertó a las autoridades caraqueñas acerca de lo ocurrido, y el gobernador Luis Unzaga y Amézaga envió una fuerza de 130 hombres, cien de ellos de caballería, hacia Barinas, para así envolver a los rebeldes, que el 8 de agosto de 1781 ocuparon Timotes. Para hacer el cuento corto, los habitantes de Trujillo no se sumaron a la rebelión, y el 6 de septiembre Caracas envió un verdadero ejército de más de mil hombres a aplastar la insurrección, que empezó a decaer a ojos vistas. El gobernador de Maracaibo habló de escuchar a los alzados e interceder en su favor si dejaban su actitud, y así lo hicieron los de San Cristóbal y los de San Antonio del Táchira, inicialmente, y los de Mérida poco después. No había la más mínima unidad entre los sublevados, en tanto que sí la había entre los defensores de la corona española, que terminaron por derrotar sin mayores complicaciones a los que habían pretendido alzarse. Las fuerzas del orden entraron a Ejido y Mérida hacia fines de octubre y fueron recibidas con vítores y aclamaciones por casi toda la población, que incluía rebeldes arrepentidos. Poco después se abriría un proceso contra los llamados Comuneros, y sus dirigentes, salvo Juan José García de Hevia, que se escondió en las montañas, serían encarcelados y enviados a Caracas, luego de confiscarles los bienes. El proceso continuó con las respectivas condenas y expropiaciones hasta que el 31 de enero de 1783 el rey Carlos III concedió un indulto a casi todos los implicados, con excepción de García de Hevia (que lograría evadir la justicia por mucho tiempo y moriría cerca de Bailadores, en un accidente, en 1809) y otros tres.
En julio de ese mismo año de 1783 nacería en Caracas Simón Bolívar, que a su paso de vencedor por las montañas andinas, en 1813, recogería los hermosos frutos que habían sembrado los hombres de ruana y de fuego, los Comuneros, en 1781.
FIN
