Francisco de Miranda, aun cuando no ha sido fácil encontrar documentos que lo prueben, debe haber sido masón, y si no lo fue, la verdad es que lo parece. Se habría afiliado al movimiento en Estados Unidos, en 1783, y aparece registrado como tal por la burocracia, y posiblemente por los espías, en París, en 1797. Varios de sus planes de escape de La Carraca contaban con la posible ayuda de miembros de sociedades secretas, con los que mantuvo correspondencia desde la prisión. Muchos otros próceres de la Independencia, como Soublette, Monagas, Fernando Peñalver, Urdaneta, Páez, Vargas, Diego Bautista Urbaneja (padre), Bermúdez, Arismendi, pertenecieron en algún momento de sus vidas a la masonería. Pero también lo fue, como dijimos antes, Pablo Morillo, el militar español que los combatió con hidalguía, tal como Salvador de Moxó, Miguel de la Torre y otros militares españoles. De Simón Bolívar, como vimos, también se ha dicho que fue francmasón, si no toda su vida, por lo menos durante su estadía en París entre 1805 y 1806, cuando su nombre aparece entre los integrantes de la Logia San Alejandro de Escocia. Pero luego, ni en Venezuela ni en la Gran Colombia, se le menciona como tal en forma concreta. Y después del atentado contra su vida (septiembre de 1828), el Libertador, quizá por influencia de las autoridades religiosas, a las que se acercó, emitió un decreto en el que se prohibía la existencia de sociedades y confraternidades secretas, por lo que la masonería se vio forzada a suspender sus actividades en toda la Gran Colombia. Como reacción, luego de la disolución del país creado por Bolívar, la masonería resurgió con mucha fuerza, protegida en Venezuela por Páez, que durante su presidencia fue Soberano Gran Comendador de la Gran Logia de Venezuela. Tiempo después, y ya habiendo pasado Bolívar por el escenario de la historia, un incidente en el que la masonería tuvo mucho que ver, protagonizado por Antonio Guzmán Blanco y Diego Bautista Urbaneja Alayón, por un lado, y el arzobispo Silvestre Guevara y Lira, por el otro, hizo que las relaciones de la iglesia con el poder público se complicaran, al extremo de que el arzobispo fuese expulsado del país como un peligroso enemigo del régimen guzmancista. El pleito, iniciado en tiempos de Falcón, llega a su punto más alto al convertirse Guzmán Blanco, masón hasta los tuétanos, en Presidente luego de tomar a Caracas en sangrienta batalla en 1870. La catedral de Caracas era de nuevo protagonista y víctima de un terremoto, pero ahora estrictamente político, por el cual llegó a temerse un cisma religioso en el país, algo que no era imposible, puesto que los protagonistas de la intriga eran Antonio Guzmán Blanco, que se sentía emperador; Diego Bautista Urbaneja Alayón, que se sentía “premier” y se empeñó, adelantándose a las tendencias “hollywoodenses” que a fines del siglo XX se notan en Venezuela, en casarse en terceras nupcias con Margarita Sanderson Rubio, hija de Juana Margarita Rubio, que fue su segunda esposa, y de Jaime Roberto Sanderson, difunto prócer; el Obispo Guevara y Lira, de recia personalidad, etcétera. Los temores tenían una base cierta, tan cierta, que, en 1876, el Congreso, bajo la presidencia de Antonio Leocadio Guzmán, aprobó la propuesta del ejecutivo de crear una Iglesia Católica Venezolana, separada de Roma, en la que los feligreses “elegirían” los obispos, algo parecido a lo que ocurre hoy en la China continental. El Vaticano optó, a la larga, por no apoyar con demasiado énfasis al Arzobispo que defendía sus intereses espirituales, pues el pleito era, en realidad, por los materiales, que según algunos poderosos heréticos son más perdurables, al extremo de que a Guzmán Blanco todavía, a estas alturas, no lo han perdonado aún ni permiten que se le perdone. Guevara y Lira, refugiado aún en la isla de Trinidad y convencido de que la razón lo asistía, debe haber sufrido una fuerte desilusión cuando fue forzado a renunciar por orden del Sumo Pontífice. De inmediato, entre Guzmán y el Delegado Apostólico, Roque Cocchia, eligieron nuevo Arzobispo, que fue el doctor José Antonio Ponte. Así murió aquel intento de creación de una iglesia nacional en Venezuela causado en buena parte por la masonería de un déspota ilustrado. De haber sobrevivido, Guzmán Blanco habría sido Papiso y todos los presidentes posteriores de Venezuela, incluidos Cipriano Castro, Marcos Pérez Jiménez, Hugo Chávez y otras lindezas, habrían sido cabezas de nuestra iglesia nacional. Dios nos salve el lugar.
FIN

Muy interesante Eduardo cosas que desconocía, gracias