DE GUIPÚZCOA VIENE UN BARCO CARGADO DE… (II)

En los dos siglos siguientes hubo, desde luego, otras intentonas y otros rebeldes, pero las más importantes, o, mejor dicho, las que en verdad tuvieron efectos serios, fueron las que brotaron como consecuencia del monopolio impuesto por la Compañía Guipuzcoana, y la primera de ellas fue la de Andresote. No se debería hablar en verdad de ese acontecimiento como un hecho político. Fue más bien una especie de alzamiento rural con intereses mercantiles, hecho un poco a instancias de los agricultores y cosecheros del Yaracuy, que no querían aceptar el monopolio de la Compañía; un levantamiento de contrabandistas o de bandoleros, encabezados por el zambo Andrés López del Rosario, a quien llamaban Andresote. Debe haber habido también un componente de rebelión social contra el orden que imperaba en ese momento y que distaba muchísimo de la más elemental noción de justicia. Pero, en todo caso, fue un intento demasiado primitivo, demasiado alejado de lo civilizado como para que pudiera tener algún éxito. Andresote se alzó en lo que hoy es Boca de Yaracuy, la zona comprendida entre Morón y Boca de Aroa, que es la desembocadura del río Yaracuy, exactamente en donde se unen los estados Carabobo, Yaracuy y Falcón. Era la salida natural de los productos de la región yaracuyana, cuyos productores intercambiaban mercancías provenientes de Curazao por cacao y tabaco. Andresote, al frente de un nutrido grupo de indios, mestizos, mulatos y negros cimarrones, se declaró en abierta rebelión contra las autoridades y contra la Guipuzcoana. Debía ser un ejército muy extraño, armado con cerbatanas, armas blancas, piedras y algunas armas de fuego que les quitaban a los contrarios, pero dio bastante que hacer. El gobernador y capitán general de Venezuela, Sebastián García de la Torre (que después fue defenestrado por la Compañía y devuelto a España en uno de sus barcos) tomó las medidas del caso y envió una primera expedición capitaneada por Luis López de Altamirano, que no pudo con los alzados. Luego envió a Luis Lovera, Juan Romoaldo de Guevara y Juan Manzaneda, con idénticos resultados. En febrero de 1732 el propio gobernador García de la Torre atacó las posiciones de Andresote, ahora tierra adentro en los valles del Yaracuy. Pronto se enteró de que Andresote y varios de los suyos lograron escapar del cerco, bajaron por el río y se embarca­ron, en Chichiriviche (hoy en el estado Falcón), rumbo a Curazao, a bordo de una nave holandesa. Allá murió el zambo López del Rosario mientras muchos de sus seguidores se quedaron realengos en las montañas yaracuyanas y otros se acogían a una amnistía dada por el gobernador y se entregaron a unos religiosos que les dieron protección. Parte de ellos fue a tener a Guayana con uno de los frailes, luego de que se supo que el gobierno no cumpliría su promesa de dejarlos libres. En definitiva, de aquello no quedó otra cosa que un sabor equívoco. No había nada de peso detrás del intento, a no ser la historia que debe haber pasado de padres a hijos, hasta que, tres generaciones después, brotó de la misma tierra otro movimiento de antiguos esclavos y hombres preteridos y explotados, que se unió a Boves, en contra de los mantuanos y, afortunadamente para la patria, terminó respaldando a Bolívar y al “Catire” Páez en contra del poder español. Transcurridos pocos años, la Guipuzcoana asumía posiciones de fuerza, no solamente contra los que pretendieron resistir su monopolio, sino contra los ingleses, al extremo de casi llegar a un estado de guerra con la Real Compañía Inglesa, que traficaba con esclavos africanos y con comestibles. El conflicto se solucionó en 1750 con el Tratado de El Buen Retiro. Rápidamente las relaciones de la Compañía con los blancos criollos de Venezuela, y en especial con los que dominaban el Ayuntamiento de Caracas fueron agriándose hasta hacerse insostenibles. Contrariamente a lo que podría pensarse, el que en Caracas y en la provincia de Venezuela hubiera muchos descendientes de vascos (o de navarros y vascongados, que para el caso es lo mismo) no le hizo nada más fácil a la Guipuzcoana sus relaciones con la llamada nobleza criolla. Muchas de esas familias sintieron en carne propia los efectos del monopolio concedido por el rey a la Compañía, lo cual fue el punto de partida del conflicto. Antes de su establecimiento obtenían mucho dinero del intercambio con el extranjero, además de otras ventajas, como el tener información directa gracias a esos contactos. Y aun siendo algunos de ellos accionistas de la empresa, terminaron por comprender que las ganancias que de ella podían derivar eran inferiores a los réditos que habrían obtenido con un comercio libre en sus manos. Y, desde luego, nunca habían estado contentos por la forma en que se decidió la creación de la empresa: se tomaron decisiones muy graves, que afectaban los intereses de las familias criollas, sin consultar para nada a esas familias ni al cabildo que las representaba. En 1749, la rebelión de Juan Francisco de León le causó serios problemas a la compañía. No tanto por lo que militarmente significó, sino porque llamó la atención de las altas autoridades españolas sobre algunos asuntos poco claros de su administración. Entre otros vicios, los administradores de la Guipuzcoana solían practicar el del soborno, a manera de “honorarios” y “contribuciones” que regularmente entregaban a funcionarios de muy alto rango. Entre ellos estaba, en 1749, el gobernador y capitán general de Venezuela, Maestre de Campo don Luis Francisco de Castellanos, que había tomado posesión de su cargo el 12 de junio de 1747. El detonante de la rebelión de Panaquire fue el intento de la Compañía, con apoyo del gobernador, de separar de sus cargos a Juan Francisco de León, que era Teniente de Gobernador y Justicia Mayor del valle de Panaquire, población barloventeña, situada en las márgenes del río Tuy, después de Caucagua y Tapipa, y una de las zonas de mayor producción de cacao en la Colonia venezolana. No había razón para destituir a León, que era el fundador del poblado y había nacido en El Hierro, en Canarias, en 1692 y tenía, por lo tanto, cuarenta y ocho o cuarenta y nueve años de edad cuando se planteó el conflicto. A los cuarenta, en 1733, había obtenido la autorización para fundar una población (Panaquire), por lo que dejó Caracas, en donde vivía con su mujer y sus catorce hijos, y se dedicó a plantar cacao en la localidad que acababa de fundar. Al ser designado Justicia Mayor se radica ya definitivamente en Panaquire y extiende sus intereses hacia el Este, hasta El Guapo. El 7 de marzo de 1749, a instancias de Juan Manuel Goyzueta, representante de la Guipuzcoana en Caracas, el gobernador Castellanos nombra a don Juan Martín de Echeverría, vizcaíno de treinta y un años de edad, Cabo de Guerra y Teniente de Justicia de Panaquire, con lo que sustituye a León. Echeverría, escoltado por una guardia de catorce vizcaínos, se presentó sin aviso a Panaquire el 23 de marzo, luego de haber tomado por sorpresa a Caucagua (en donde sustituiría a Pedro José Ortiz, que estaba de viaje con León). Pero León, que regresó a sus tierras el 2 de abril, se resistió a entregar y obtuvo el apoyo de los vecinos. El 3, Echeverría, ante el número superior de los otros, no tiene más remedio que emprender la retirada y, desde Caucagua, escribir al gobernador para informarle lo ocurrido y a León para tratar de convencerlo de que entregara el cargo. Lejos, de convencerse, y ante las amenazas veladas de Echeverría, León reúne a las gentes de Barlovento para entrar en acción contra las pretensiones del vizcaíno, que el 19 de abril partió a buen galope rumbo a Caracas a informar personalmente a Castellanos, no solo de su situación, sino de las intenciones de León.

(Continuará)

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