DE FIESTAS Y LOCURAS (II)

Sustituía a don Nicolás Eugenio Ponte y Hoyo, canario nacido en 1667 y primer gobernante que se volvió loco durante su ejercicio en la ciudad de Caracas. Don Nicolás había llegado a Santiago de León para suceder en el cargo de gobernador a Francisco de Berrotarán, que después fue el Marqués del Valle de Santiago. En 1703, luego de apenas cuatro años de gobierno, Ponte y Hoyo (que había comprado el cargo por diez y seis mil pesos) dio claras muestras de trastornos mentales, por lo que los Alcaldes Juan Nicolás de Ponte y Diego Tello Pantoja, en noviembre de ese mismo año, pidieron que se considerara en el Ayuntamiento la situación del gobernador. Corrieron por la ciudad toda clase de rumores y noticias. Se decía que el gobernador Ponte, a quien le decían “El Hermoso” y tenía fama de mujeriego, había sido envenenado o embrujado por una mujer celosa, o por un marido burlado, y hasta se mencionó a una bruja india llamada Yocama. Llegó a correr la noticia de que los causantes de la “posesión” eran los alcal­des, con ánimos de asumir el gobierno. Ya entonces funcionaba la siembra de rumores en Caracas como una manera eficiente de hacer política. Desde el momento en que se planteó en el Ayuntamiento que el señor gobernador estaba más loco que una cabra, se hicieron muchas gestiones y averiguaciones, pero no se pudo determinar la locura, aunque sí que el señor gobernador estaba enfermo. Ponte y Hoyo “no oía misa y su capellán iba a decirla al convento de religiosas. Tampoco asistía a las fiestas votivas o de tabla, que en los últimos tiempos se veían desiertas. En dos ocasiones había tratado de salir desnudo a la plaza, lo cual fue impedido por su guardia. Se le veía a veces silencioso y pensativo, en las ventanas de las casas reales”. No fue fácil probar que el gobernador padecía una enfermedad mental, ni siquiera por medio de los disparates que decía y escribía, además de los que hacía. Por lo visto, el poder es un eficientísimo escudo de cordura para los gobernantes locos. La enfermedad del personaje coincide con serias amenazas de ataque de buques holandeses y el gobernador permanece aislado. Los asuntos de gobierno se complican, acusaciones van y vienen, y el gobernador sigue encerrado en la casa que era o había sido de los Madriz y puede haber sido la misma de Francisco Carlos de Herrera (Madrices a Ibarras 1), pero no hay médico ni cura (en esos tiempos la locura se tenía aún como un estado de “posesión”, del que no era ajeno el Diablo) (Sobre esa tendencia y temas conexos, ver: Rísquez, Fernando, “Conceptos de Psicodinamia”, Monte Ávila Editores, Caracas, Venezuela, 2a. Edición, 1978, p. 21) que se atreva a declarar oficialmente que la autoridad ha perdido la chaveta. El Ayuntamiento de Caracas, en algo que puede considerarse uno de los precedentes del 19 de abril, resolvió investigar y declarar a don Nicolás en estado de demencia e incapacitado para gobernar, y por tanto sustituirlo por los alcaldes, en cumplimiento de una real cédula del 18 de septiembre de 1676. A eso se opuso el Maestre de Campo Juan Félix de Villegas, nombrado poco antes por Ponte y Hoyo “gobernador de las armas”, quien obligó al Ayuntamiento a elevar una consulta a la Audiencia de Santo Domingo, que, desde luego, decidió en contra del poder local y, aunque declaró vacante la gobernación y capitanía general de Venezuela, dispuso el nombramiento interino de don Francisco Berrotarán, Marqués del Valle de Santiago, el mismo que había entregado el cargo a Ponte. El designado llegó de Petare, ya enterado de su nombramiento, y el cabildo, para evitar enfrentamientos con Santo Domingo, resuelve aceptarlo, aunque sin renunciar al derecho de los alcaldes a asumir el gobierno como lo pautaba una real cédula de 1676. El Marqués del Valle de Santiago, para sorpresa de todos, fue entonces el que no quiso aceptar el cargo (ya en esos tiempos gobernar Caracas podía enloquecer a dos gobernadores seguidos, y seguramente que hasta a uno o dos jefes de gobierno y un par de reyes, de paso) que se le ofrecía con el ánimo de tranquilizar a los habitantes de la provincia, y es por ese rechazo por lo que son designados Felipe Rodríguez de la Madriz y Francisco Alonso Gil del Valle con plenos visos de legalidad, lo cual no obsta para que el “gobernador de las armas”, Villegas, intente dar un golpe de mano, ante lo cual, en Cabildo Abierto, los Alcaldes apelan al recurso de la plaza, tal como lo haría el Ayuntamiento en 1810, y Villegas, como Emparan, se rinde ante la evidencia. Ponte y Hoyo murió en mayo de 1705, y al poco tiempo el Ayuntamiento recibió un baldazo de agua fría, en forma de orden terminante de la Audiencia de Santo Domingo: Berrotarán tenía que encargarse del gobierno o le confiscarían sus bienes, y los Alcaldes tendrían que entregarlo o se los confiscarían también. Don Felipe Rodríguez de la Madriz entrega al renuente y nada satisfecho Marqués del Valle de Santiago la Vara de mando y las cosas se complican más todavía al poco tiempo: El rey Felipe V desautoriza a la Audiencia y confirma el derecho de los Alcaldes de gobernar en ausencia del titular, derecho que pocos años después desaparece del todo, al crearse la figura del teniente de gobernador, que será algo así como un segundo y un suplente en lo civil, porque en lo militar lo suplirá el castellano de La Guaira. Para qué hacer las cosas simples, si pueden ser complicadas.

(Continuará)

DE FIESTAS Y LOCURAS (I)

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