DE GUIPÚZCOA VIENE UN BARCO CARGADO DE… (I)

Uno de los factores más importantes de la vida venezolana, antes de la Independencia, fue la llamada Compañía Guipuzcoana, una Corporación creada en el Siglo XVIII para administrar el comercio entre Venezuela y España, que en la práctica significaba monopolizar el comercio exterior de Venezuela. Su existencia tuvo dos efectos de singular importancia: el primero fue el desarrollo económico de la región, que alcanzó un nivel que hasta entonces no había logrado; y el segundo, que bien puede ser el primero en importancia, fue la tendencia a la rebelión en contra de la metrópoli española, que se inició como incomodidad ante el monopolio, pasó a ser necesidad de independencia económica y a la larga se convirtió en la necesidad de independencia política, todo lo cual llevó a una revolución social. La idea de constituirla debe haberse planteado a raíz del informe de Pedro José de Olavarriaga y Urquieta, Juez de Comisión para la erradicación del contrabando en Venezuela, que visitó en país entre 1718 y 1721 acompañado por Pedro Martín Beato, que tenía los mismos títulos e intenciones. Son los mismos que vimos cuando hablábamos del hombre de los tres nombres, Marcos de Betancourt y Castro, cuya memoria debería asustar o extrañar a los venezolanos. Ambos, Olavarriaga y Beato, verificaron la práctica generalizada del contrabando, especialmente con los holandeses, y se enfrentaron con alcaldes, ayuntamientos y gobernadores por igual. Lograron la destitución del gobernador y ca­pitán general de Venezuela Marcos de Betancourt y Castro, a quien acusaron de amparador del trato ilícito, pero no podemos saber si sus razones no estaban levemente contaminadas con intereses distintos a los de la santidad de la ley, a pesar de la beatitud del apellido de uno de ellos. Olavarriaga se hace especialmente sospechoso porque poco después lo encontramos como promotor de la Compañía Guipuzcoana, de la cual fue su primer Director General. Una Real Cédula del 28 de septiembre de 1728 le otorga el monopolio absoluto del comercio venezolano, y entonces empieza uno a entender sus rigurosas actuaciones en contra de los contrabandistas, que no eran otra cosa que un trabajo contra la competencia, anticipado y planificado con helada eficiencia. El nuevo gobernador y capitán general de Venezuela, don Diego Portales y Meneses, aliado con el Obispo don Juan de Escalona y Calatayud, tratará de oponerse al establecimiento de la Guipuzcoana, pero sin éxito. Se le enfrenta el partido del Ayuntamiento, dominado por los mantuanos criollos, que tienen intereses en la nueva Compañía. Recuérdese que al hablar de Ayuntamiento no se trata de un cuerpo elegido por votación, sino integrado por personas que compraron sus cargos, es decir, por los más ricos del lugar. “El primer accionista de la Compañía fue el rey Felipe V, quien recibió 200 acciones por valor de 100.000 pesos. La provincia de Guipúzcoa suscribió 100 acciones, y en 1760 eran también accionistas individuos de las familias caraqueñas Toro, Bolívar, Ibarra, Tovar, Ascanio (Ascaín), La Madrid, etc. Los accionistas llegaron a recibir hasta el 160% del capital vertido”. (José Gil Fortoul, “Historia Constitucional de Venezuela”, I, 114. Citado por J.A. de Armas Chitty, Caracas, “Origen y Trayectoria de una Ciudad”, Tomo I, Fundación Creole, Caracas, Venezuela, 1957, p. 109) Olavarriaga sabía lo que hacía. Sin embargo, no transcurrió mucho tiempo sin que se dieran cuenta los mantuanos de que se habían equivocado por aquello de la ambición que rompe el saco. La Guipuzcoana significaba que no podrían comerciar directamente con España o con México, ni mucho menos con los ingleses o los holandeses, sino que todo lo tendrían que hacer a través de la Compañía. Y no era solamente la exportación, sino la importación lo que se veía afectado. Habían caído en la trampa. Muy poco tiempo después de establecida y cuando empezaba en forma sus operaciones, la Compañía debió enfrentar el primer caso de resistencia armada en su contra, que fue la Rebelión del zambo Andresote (1731). Antes de la rebelión de Andresote hubo muchos otros intentos de rebelión contra lo español, pero ninguno realmente notable. Quizá la más seria, a pesar de sus locuras, fue la del Negro Miguel, en los cerros cercanos a Barquisimeto, hacia el Sur, en Buría, que fue el asiento de una de las primeras explotaciones auríferas de Venezuela, fracasada no solo por la hostilidad de los indios, sino por su poca productividad. Por su causa se fundó Barquisimeto, y en su sitio tuvo lugar la primera rebelión de esclavos de origen africano que se produjo en Venezuela, y que fue vencida no sin efusión de sangre por Diego García de Paredes, Diego Fernández de Serpa, Diego de Ortega y Diego de Losada, los cuatro Diegos de cuidado.

(Continuará)

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