HUMBOLDT Y MOZART EN CARACAS (I)

Mucha gente, en especial en los países del llamado “Primer Mundo”, opina que el teatro solo puede existir en civilizaciones desarrolladas. El teatro y la música, es decir, las artes escénicas necesitarían un alto grado de desarrollo para poder existir. Sin embargo, la música en la Caracas colonial alcanzó un grado importante de desarrollo. Y el teatro en Venezuela también ha logrado impresionantes avances, que dejan muy mal parada esa teoría. Ya habíamos visto que según Enrique Bernardo Núñez la primera actividad teatral de la ciudad junto a la montaña cinética se produjo en 1595, el mismo año en que nació en Caracas Don Quijote de la Mancha, cuando en el día de Corpus, Melchor Machado montó en la puerta de la iglesia un espectáculo de “danza y comedia”. También vimos que don Arístides Rojas atrasa ese hecho un lustro, y esa es la fecha que admite Carlos Salas, historiador del teatro caraqueño, aun cuando reconoce como probable que esas representaciones teatrales se celebraran desde mucho tiempo atrás (que no podría ser desde más de veintisiete años, pues antes no había ciudad, ni aldea, ni caserío en donde pudiese haber teatro europeo), “pues en las Actas del mismo Cabildo ya se anunciaban “comedias, toros y cañas y diablitos danzantes, en los días de Corpus, Santiago, San Mauricio y San Sebastián” (Salas, Carlos, “Historia del Teatro en Caracas”, Concejo Municipal del Distrito Federal, Caracas, Venezuela, Segunda edición Corregida, 1974, p. 9). Cuenta el mismo cronista que en tiempos del gobernador Felipe Ricardos, el que asoló la casa de Juan Francisco de León, saló el terreno y le puso el poste de ignominia, hizo representar obras de teatro en un escenario montado en el Norte de la Plaza Mayor. Hay que suponer que las obras allí escenificadas debían ser de carácter ejemplarizante, moralizante y amedrentante para quienes tuvieran ideas desestabilizadoras. Se sabe también que a fines del siglo XVII Caracas tenía nada menos que una buena orquesta filarmónica y “algunos grupos de aficionados al arte de hacer comedias que se atrevían a montar obras de Encina, Lope de Vega, Lope de Rueda, Calderón de la Barca y Ramón de la Cruz” (Ibídem). Quizá uno de los hechos más impresionantes (y que, de paso puede hacer que los sostenedores de la idea de que la cultura genera revoluciones) es el que en 1784 el gobernador Manuel González Torres de Navarra haya construido un teatro para la ciudad. Dice al respecto Luis Alberto Sucre: “El Gobernador Don Manuel González, que era de carácter alegre y sociable, muy amante de las diversiones cultas, instruido, inteligente y apasionado por el teatro, quiso dotar a Caracas de un Coliseo que correspondiera al grado de cultura que ella había alcanzado, y no pudiendo disponer de fondos públicos suficientes para llenar lo que él creía una necesidad, lo construyó a sus expensas; y como homenaje de simpatía lo ofreció de regalo a la ciudad”. Cae en un error de identidad don Carlos Salas, cronista del teatro venezolano, al suponer que los actores que cita como elenco de obras en el teatro de González de Navarra puedan haber sido “los mismos que vieran trabajar Depons y Humboldt a comienzos de 1800, cuando vinieron a Venezuela en misión científica”. Quien acompañó a Humboldt en su viaje no fue Depons, sino Bonpland. Pero lo realmente significativo es que Humboldt aprovechó la oportunidad para estudiar el cielo, puesto que el teatro era descubierto, pero no se puede saber si se fastidió por la función o si, simplemente, su interés como científico lo movió a olvidarse de las estrellas del escenario y buscar las del firmamento, que eran, son y serán bastante más importantes que la farándula, por aquello de la eternidad. En todo caso, Humboldt quedó muy impresionado con la población caraqueña que vio y oyó en su visita de dos meses a la ciudad al pie de la montaña cinética.

(Continuará)

HUMBOLDT Y MOZART EN CARACAS (II)

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