LA PEQUEÑA TORRE AMABLE (II)

Sí hay pruebas, en cambio, y en exceso, de la existencia del obispo Fray Mauro de Tovar, el hombre que al salir de Caracas se sacudió el polvo de las zapatillas y dijo: “de Caracas ni el polvo, ahí se los dejo”, y que tomó posesión de sus funciones el 20 de diciembre de 1640 y al poco tiempo inició un terremoto político, cuya única tregua fue el telúrico. El 28 de octubre de 1637 había recibido formalmente el cargo de gobernador y capitán general de la Provincia de Venezuela un hombre joven y emprendedor, marino de profesión: El general Ruy Fernández de Fuenmayor. En 1640 el capitán general se casó con una caraqueña, doña Leonor Jacinta Vásquez de Rojas, descendiente directa de fundadores de Santiago de León de Caracas. Fray Mauro era voluntarioso, cerrado y fanático, y era inevitable que se enfrentara a don Ruy, que a su vez era autoritario, orgulloso y muy celoso del poder civil. La guerra entre ambos estalló en los tejados. Un cura, maligno según algunos, de apellido Sobremonte se encarga, además, de echar yesca al fuego, y hay amenazas mutuas de excomunión y de expulsión en mula con el jinete viendo hacia atrás. La Audiencia de Santo Domingo envía a un Juez Pesquisidor, a quien el padre Sobremonte, según algunos, habría hecho asesinar a puñaladas a los pocos días. Desde el púlpito los curas, en no muy cristiana afirmación, sostienen que no es pecado vengarse de sus enemigos. Hay motines, corre la sangre. Los ataques de los corsarios a Maracaibo y La Guaira sirven de segunda tregua por muy poco tiempo, y logran que Fray Mauro se arme y, curiosamente, defienda la ciudad al lado de su enemigo el gobernador. La guerra, predecesora de la que en el Siglo XIX se planteó entre el guzmancismo y la Iglesia, cesa en 1644, cuando don Ruy entrega el mando a su sucesor, que por lo visto tenía más paciencia que el marino. Años después, el hijo del capitán general, don Domingo Baltazar Fernández de Fuenmayor, y la sobrina del obispo, doña Isabel María de Tovar y Mijares de Solórzano, se casaron en la Catedral, como para que el pleito de sus familias no pudiera ser usado como tema, anacrónicamente desde luego, por William Shakespeare. En esos días de la reconciliación de las familias Fuenmayor y Tovar, veinticuatro años después del terremoto de 1641, el cabildo encomendará al dicho maestro de Carpintería Juan de Medina que termine la reconstrucción del templo y le agregue una torre de ciento cincuenta pies; la misma que desde entonces ha estado en el sitio, a pesar de los terremotos. O casi la misma, pues la actual fue recortada. Tras diez años de trabajo, el maestro carpintero cobrará “200 pesos de albricias”, según queda explicado en las actas del Cabildo. Un siglo y cuarto más tarde, la torre debió pasar otra prueba salida de las entrañas del planeta: El 21 de octubre de 1766 de nuevo la tierra se sacudirá, como para quitarse de encima el peso de las edificaciones puestas allí por el hombre, entre ellas la catedral. Quizás intuía la tierra del valle que algún día casi no le quedaría espacio para respirar. Ese día fue el terremoto de Santa Úrsula, que además de dejar varios muertos y heridos, dañó seriamente el edificio, tal como ocurrió con muchos lugares en una extensísima región, de Maracaibo a Cumaná. Sin demasiada prisa, pero con evidente constancia, se emprendieron los trabajos necesarios para repararla y embellecerla, pero cuarenta y seis años después de aquel temblor de Santa Úrsula, la pesadilla se repite. La torre estuvo de nuevo a punto de dejar de ser en 1812, cuando el histórico terremoto del 26 de marzo, muy poco antes de que llegara el tiempo de Simón Bolívar. El ambiente en Caracas, y en toda Venezuela, no era nada auspicioso. La República había empezado a tambalear y, como el temblor fue un Jueves Santo, los curas –casi todos enemigos declarados de la Independencia– no vacilaron en utilizarlo para arengar al pueblo en contra de las autoridades republicanas. El movimiento telúrico, según ellos, era una clara demostración de que Dios era monárquico y godo y había tomado partido en contra de los patriotas y los liberales. Allí mismo en la maltrecha torre estaba, en forma de horrible cicatriz, la amenazadora grieta que era la voz del Señor en contra de los que se habían alzado contra el rey de España. La torre estaba a punto de derrumbarse. Se veía peligrosamente inclinada y débil, pero, al parecer, la madre tierra se apiadó de ella y con un nuevo sacudón, 9 días después, la enderezó. Se habló de un milagro, de un prodigio que le ha dado a la torre caraqueña un carácter especial (Clemente Travieso, Carmen, Op. Cit., p 47). Intervendrá entonces un nuevo personaje, el maestro albañil Juan Agustín Herrera, a quien se le encomendó el trabajo nada fácil de salvar el campanario, a pesar de que mucha gente hubiera preferido derrumbarlo. Herrera dirigió con acierto los trabajos de reparación, de los que salió una torre reducida en tamaño para que pudiera resistir con más eficiencia los nuevos intentos de la madre tierra de quitársela de encima. Los obreros sacaron, poco a poco, el material que fue retirando, y lo hicieron por dentro de la misma torre (que así lo establecía al contrato de obra firmado por el maestro Herrera, “artista albañil”, según Carmen Clemente Travieso) (Clemente Travieso, Carmen, Op. Cit., p. 45), para que no corrieran peligro los viandantes que solían persignarse al pasar frente a la puerta, como se hace todavía, casi dos siglos después, en un gesto que para algunos es de respeto y de fe, y para otros de simple superstición. Uno de los daños que un régimen de barbarie le ha hecho a Caracas en el paso del siglo XX al XXI es el convertir el espacio cercano a la torre en un santuario de fascistas que agreden a quienes creen que en Venezuela debe haber libertad. Pero eso es pasajero. Lo perenne, dentro de lo que puede ser perenne en la humanidad, es la quieta, tranquila, y amable torre que saluda a los viandantes con su imagen de la fe, que es lo que abunda entre los verdaderos habitantes de Caracas.

FIN

AYÚDANOS A MANTENER ESTE SITIO

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *