LA LUZ DE LOS SONIDOS (II)

Entre los integrantes de ese grupo, que será además parte y testigo del nacimiento de Venezuela como país independiente, están José Ángel Lamas, Juan José Landaeta, Cayetano Carreño (hermano de Simón Rodríguez), Lino Gallardo, José Francisco Velásquez (hijo del otro), Pedro Nolasco Colón, Juan Francisco Meserón, Atanasio Bello Montero (que además fue empresario musical, difusor entre nosotros de grandes óperas y composiciones europeas del primer tercio del siglo XIX), José María Izasa (socio del anterior en La Compañía) y José María Montero. Todos ellos tendrán en común, además de la pertenencia a la Escuela de Chacao, el estar ligados a la Catedral de Caracas. José Ángel Montero, hijo de José María, será en 1867 Maestro de Capilla de la Catedral (1867) y autor de una de la que generalmente se considera la primera ópera venezolana (“Virginia”), que fue reestrenada en el Siglo XX por Primo Casale, en lo que probablemente haya sido más bien una versión del director que propició (y dirigió) el reestreno, que la obra original tal como debe haberla conocido el público caraqueño del Siglo XIX, seguramente entusiasmado por los arrestos europeos de Guzmán Blanco (Aunque “Virginia”, –1873– se ha considerado siempre la primera ópera venezolana, los musicólogos José María Peñín y Walter Guido investigadores ligados al Instituto Latinoamericano Vicente Emilio Sojo, publicaron hace algún tiempo que lo fue en realidad “El Maestro Rufo” (1847) ópera bufa de José María Osorio, curioso personaje que, además de músico, fue zapatero (Ver: “Diccionario de Historia de Venezuela”, Fundación Polar, Caracas, Venezuela, 1988, Tomo E-O, p. 1.186). En tiempos recientes, uno de los grandes valores de la música venezolana, el maestro Juan Bautista Plaza, fue Maestro de Capilla de la Catedral de Caracas entre 1923 y 1948. Durante su gestión se estrenó el “Requiem in Memoriam Patris Patriæ” de Vicente Emilio Sojo, compuesto especialmente para conmemorar el centenario de la muerte de Simón Bolívar (y que fue reestrenado varias décadas después por la agrupación Solistas de Venezuela, que lo llevó también a New York y Viena, con singular éxito). Plaza estudió en el Instituto Superior de Música Sagrada, en Roma y fue profesor de su especialidad en Caracas. Autor de muchas obras que se han difundido por toda América y el mundo, como la “Fuga Criolla”, etcétera. También Vicente Emilio Sojo, que con su tesón fundó uno de los movimientos musicales más importantes que se han producido en Venezuela, al que pertenecieron los maestros Antonio Estévez, Carlos Figueredo, Inocente Carreño, Blanca Estrella, Ángel Sauce, José Clemente Laya, Gonzalo Castellanos, Evencio Castellanos, Antonio Lauro, Raimundo Pereira, Modesta Bor y muchos otros, estuvo ligado a la Catedral, de cuya Tribuna Musical fue subdirector cuando era director Juan Bautista Plaza. Desafortunadamente, con la creación de teatros dedicados a la música (considerados en muchos casos por las autoridades, como en el caso del “Teresa Carreño”, auténticas y reales catedrales, aunque después de 1999 más bien sería una catedral de pacotilla, más dedicada a la política populista que a la cultura), la actividad musical de la Catedral ha tendido a desaparecer, aunque no del todo, pues ocasionalmente se montan conciertos en su espacio, especialmente de música sacra. Con esas tendencias (la de auténtica catedral y la de catedral de pacotilla), en general, lo único que se ha hecho es impedir que la población en general tenga acceso a la música y conseguir que, de nuevo, ese acceso esté limitado a las clases pudientes, ya no por el accidente genético de haber nacido en la clase de los mantuanos o los grandes cacaos, sino por haber llegado a las alturas de la plutocracia, que no siempre entiende ni aprecia la luz de los sonidos. Y a pocos pasos de la torre, en plena Plaza Bolívar, sonaba otro tipo de música: La de la retreta. Entre 1909 y 1946 fue director de la “Banda Marcial Caracas” Pedro Elías Gutiérrez, que le imprimió un sello muy especial. Antes lo había sido Sebastián Díaz Peña, y después lo serán muchos otros, siempre dentro de una suerte de tradición caraqueña que por desgracia parece condenada a convertirse en recuerdo: La reunión en la Plaza Bolívar, los domingos en la mañana y un día de la semana, para escuchar la música de la banda. Ya no existe la de siempre, pues, en contra de la tradición, hoy la Venezuela petrolera ha transformado en “banda de conciertos”. Será allí en donde por muchísimos años se escucharán merengues venezolanos, de gran belleza y finura, o pasodobles caraqueños, o joropos, piezas que la llegada de la radio comercial ha tratado de destruir, y casi lo logra. Una de las mayores desgracias caídas sobre el pobre país de Bolívar en la transición del siglo XX al XXI ha sido la utilización de la Plaza Bolívar como base de operaciones de grupos neofascistas alentados por el gobierno, lo cual impide que la Plaza. Convertida en paseo peatonal durante la gestión del gobernador Diego Arria (1975) sea utilizada por la población pacífica y decente como lugar de recreación, sobre todo los domingos y días de fiesta, cuando puede convertirse centro de atracción para gente que querría oír música, o que intenta que sus niños disfruten de la calma de una zona sin auto­móviles ni camiones ni energúmenos que disfrutan hiriendo y agrediendo a la gente. Recuperar ese espacio sería hacer escuchar de nuevo la voz de la torre. Una voz que nació mucho antes del tiempo de Bolívar y, extrañamente, podría estar viva todavía.

FIN

LA LUZ DE LOS SONIDOS (I)

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