Muy ligada al incidente en que murió y nació don Alonso parecería estar la primera actividad teatral caraqueña de que se tiene alguna noticia. Se dice que el día de Corpus, ese mismo año de 1595, un tal Melchor Machado montó en la puerta de la iglesia un espectáculo de “danza y comedia” (Núñez, Enrique Bernardo, Op. Cit., p. 52), que según Enrique Bernardo Núñez sería el inicio de la actividad escénica en Venezuela, aun cuando Arístides Rojas fija ese comienzo en 1600. Por razones obvias, es más creíble lo que afirma Núñez. En cualquier caso, lo interesante es que Melchor Machado, con toda seguridad, debe haber seguido la costumbre española de la época de hacer teatro de calle en las puertas de las iglesias; en este caso, por la exigencia de Machado de que se le pague y el acuerdo del cabildo de satisfacerlo, sabemos que el 21 de agosto de 1595, veintiocho años después de la fundación, los vecinos de Caracas, que todavía no se habían recuperado del susto causado por los ingleses, vieron la que bien puede haber sido la primera manifestación de teatro en Santiago de León de Caracas. La importancia de la Catedral no se limita, pues, a sus funciones religiosas ni a que su reloj haya dado la hora durante tanto tiempo a los caraqueños, ni al hecho de estar en el centro de una zona de grandes terremotos. Hay muchos otros elementos que la hacen punto obligado de referencia. Entre ellos se destacan la costumbre caraqueña de nombrar sus esquinas a partir de la torre y la música que se ha hecho en el templo. La esquina de La Torre ha sido punto de partida de la cultura caraqueña y venezolana, tal como lo es de la nomenclatura de la ciudad. Como dice Santiago Key-Ayala, hay una “imperiosa lógica” caraqueña, que obliga a nombrar primero la esquina más céntrica, la más cercana a La Torre. También hace la salvedad de que no entiende por caraqueño solo al nativo, sino también al avecindado en la ciudad (Key-Ayala, Santiago, “Bajo el signo del Ávila (Loanzas Críticas)”, Concejo Municipal de Caracas, Caracas, Venezuela, Segunda Edición, 1974 pp. 206-207). Desde luego, al trasladarse a Caracas la sede canónica de Venezuela, su Catedral se convirtió en un sitio sumamente importante, no solo desde el punto de vista religioso, sino que era lugar de referencia y de encuentro y, además, se convirtió en el centro más destacado de las actividades musicales del país. Según informa José Antonio Calcaño (Calcaño, José Antonio, “Cuatrocientos años de música caraqueña”, Edición Especial del Círculo Musical, Caracas, Venezuela, 1967) en una fecha tan temprana como 1657, veinte años después del traslado de la Catedral, había en el sitio un organista, seis capellanes de coro y un bajonista, y al año siguiente fue contratado un tenor y tiple, José Fernández Montesdeoca. En 1671 fue nombrado el primer Maestro de Capilla de la Catedral, el cura Gonzalo Cordero, que, además de tocar órgano y clave se dedicaría a la enseñanza musical. Para entonces, además del Maestro de Capilla, contaba la Catedral con “sochantre, organista, seis capellanes cantantes (tres de los cuales, además, tocan instrumentos) y seis niños” (Calcaño, José Antonio, Op. Cit.). Poco tiempo después, el Maestro de Capilla de la catedral (el tercero de ellos, Francisco Pérez Camacho), asumirá la primera cátedra de música del Colegio Seminario de Santa Rosa. Pérez Camacho, poco después será también el primero en dar clases de música en la Universidad de Caracas. El cargo de Maestro de Capilla de la Catedral será desempeñado posteriormente por Silvestre de Mediavilla, Jacobo Miranda, Ambrosio Carreño (fundador de una notable estirpe de músicos caraqueños), Alejandro Carreño. A fines del Siglo XVIII se produce en Venezuela un fenómeno musical importante, que a pesar de su nombre está íntimamente ligado a la Catedral: La Escuela de Chacao. El padre Sojo (Pedro Ramón Palacios y Sojo, tío de Simón Bolívar) y Juan Manuel Olivares fueron los dos grandes conductores de ese movimiento musical, uno de los dos o tres más importantes del Nuevo Mundo. Se le ha llamado “Escuela de Chacao” porque sus integrantes solían reunirse a estudiar y tocar música en la Hacienda La Floresta, del padre Sojo (hoy Urbanización La Floresta y alrededores), en la Hacienda San Felipe, del padre (García) Mohedano (hoy La Castellana) y en los terrenos de Bartolomé Blandín (que hoy forman el Caracas Country Club), tierras entonces de cultivo ubicadas en torno al pueblo de Chacao, que hoy es parte de Caracas. Olivares y Sojo lograron formar un nutrido grupo de músicos de altísima calidad dedicado a cultivar el repertorio religioso con personalidad propia, aun cuando haya recibido alguna influencia de Pergolesi, Scarlatti, Haydn y Mozart, lo que viene a probar que recibían información fresca de Europa. El movimiento musical que existía en la Catedral de Caracas en la mitad del Siglo XVIII se transmitió en forma directa a los compositores de la Escuela de Chacao por intermedio del propio Padre Sojo, de Olivares, de Bartolomé Bello (el padre de Andrés Bello, que además era abogado y comerciante; hijo menor del maestro de zapatería José Custodio Bello, llegó a desempeñar posiciones importantes en la Colonia, como Fiscal General de la Real Hacienda y de la Renta del Tabaco, en Cumaná, en donde fue socio de don Vicente de Sucre y Urbaneja, padre del futuro Gran Mariscal de Ayacucho; nació en Caracas en 1758 y murió en Cumaná en 1804), José Francisco Velásquez y otros.
(Continuará)
