El “Colegio Seminario de Señora Santa Rosa de Santa María de la Ciudad de Santiago de León de Caracas”, comúnmente llamado Seminario de Santa Rosa (Hoy convertido en Universidad), produjo en su seno en 1725, en tiempos del gobernador y el Obispo peleones, pero no entre ellos, sino ambos enfrentados a los mantuanos, Diego Portales y Meneses y Juan José Escalona y Calatayud, en esa institución cuyo nombre era todavía más complicado: “Universidad Real y Pontificia, fundada en el magnífico, Real y Seminario Colegio de Señora de Santa Rosa de Lima de la Ciudad de Santiago de León de Caracas de la Provincia de Venezuela”, comúnmente llamada Universidad de Caracas o Universidad Central de Venezuela. Es la que fue decretada en 1721, luego de que hasta los irreconciliables partidos, el del gobernador y el Obispo, por su lado, y el del Ayuntamiento y los mantuanos, por el suyo, dejaron de lado sus pleitos cotidianos y hasta se pusieron de acuerdo para conseguir la autorización del rey, que se les dio cuando Felipe V emitió la Real Cédula firmada en Lerma el 22 de diciembre de 1721. El Papa Inocencio XIII, repito, le otorgó carácter de pontificia en 1722. Durante mucho tiempo Seminario y Universidad usaron el mismo edificio, y la capilla de ambos serviría con el tiempo para que se reuniera el Congreso Independentista y se firmara en ella el Acta del 5 de julio de 1811, y también sería el lugar en donde Bolívar pronunció un discurso en 1827, y en donde se juramentaron los Presidentes Páez, Vargas y Soublette. La Universidad de Caracas, en sus comienzos, más que un centro de enseñanza y de formación de lo que hoy llaman los técnicos “recursos humanos” era una institución de carácter religioso, cuya finalidad era la defensa de los fueros y regalías del rey y de la pureza de la religión católica, apostólica y romana, siempre amenazada por herejías y tendencias inspiradas por El Maligno, como el protestantismo que se imponía en buena parte de Europa. La América evangelizada tenía que ser un bastión inexpugnable de la religión pura, no contaminada por las ideas que habían nacido del ocio y de la maldad, más allá de los Pirineos, frente a las cuales la Iglesia había plantado, a manera de Cruzada, la Contrarreforma. Pero Caracas, Cumaná, Coro, Maracaibo, Guayana, las sierras, los llanos, los ríos inmensos, las selvas densísimas, las costas ariscas y las playas suaves, todo está muy lejos de aquellas querellas que hacen que los hombres se maten entre sí. Aquí se vino a enseñar a unos salvajes que hay un Dios en el cielo y en la tierra. Que otros se hayan aprovechado de eso para enriquecerse, es harina de otro costal. La Universidad se creó para proteger al rey, que es el garante de la palabra de Dios. Es cosa seria, no para mujeres ni para seres que no lleven en sus venas sangre inmaculada. Como la Inmaculada Concepción de Nuestro Señor Jesucristo, que es algo que no se discute. Por eso hay que presentar un testimonio irreprochable de “vita et moribus”, vida y costumbres, en donde conste que se es descendiente de personas blancas por todos los costados, que no hay en las venas una sola gota africana ni asiática, ni americana que no provenga directamente de España, se es persona blanca, descendiente de cristianos viejos y absolutamente limpios de toda mala raza. No entrarán tampoco aquellos que cuenten entre sus antepasados directos, hasta donde alcance la memoria, alguna infamia. Que no haya tacha alguna, ni en razón de la Santa Inquisición ni en razón de algún escándalo o nota pública inmoral. Se trata de formar los verdaderos defensores de Dios y del rey, de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, frente a los herejes y los poseídos, y eso no lo puede hacer quien tenga alguna mancha en su pasado, por muy remota que sea la tal mancha. Y ha de tener recursos materiales quien aspire a convertirse en cruzado de esta nueva conquista de la tierra santa, de una nueva tierra santa ubicada en las regiones en donde El Maligno no ha podido entrar todavía, aunque lo ha intentado. Lo ha intentado con bailes y danzas que incitan al pecado, con tambores y ritmos que revuelven la sangre y excitan a la lujuria, y que por inspiración divina nuestro rey, nuestro señor en la tierra, ha prohibido para proteger la inocencia de sus criaturas, que lo son de Dios. Ha de tener recursos materiales, decíamos, porque es su obligación contribuir no solo a su mantenimiento, sino al de los santos varones que lo van a convertir en soldado de Nuestro Señor, en caro defensor de la doctrina de la Inmaculada Concepción, de la “de la Limpia Concepción de Nuestra Señora”. No en vano la Universidad, más que a los predios de los dominicos, se ha recostado a los de los franciscanos. Y una vez probado a satisfacción de todos que el candidato es de familia blanca, limpia de tachas y con capacidad de sufragar sus gastos, empieza su proceso de formación, de moldearse, de parecerse a los que enseñan y a los que han aprendido. Memoria, penitencia, sacrificio. Aristóteles, Santo Tomás, Justiniano, nadie más cerca, porque cerca está el peligro. Griego y latín, algo de italiano y de español. Teólogo, canonista o jurista. Y algo se coló en el círculo perfecto, cuando se permitió que se incluyera, entre las posibilidades de doctorarse, la de cura de cuerpos. Teólogo, canonista, jurista o médico. En 1763 empezaron los estudios médicos en la Universidad de Caracas. Doctor en Derecho Canónico. Doctor en los dos derechos. La regla empieza a doblarse y cualquier día puede partirse. El conferimiento de un título de doctor es un hecho memorable. Digno de ser recogido por los mejores cronistas y aedas para que quede memoria en el tiempo. Se ha ganado un alma para la Cruzada. Toda la ciudad (todo el pueblo) participa. El nuevo Cruzado recorre las calles en procesión de triunfo, es el héroe de ese día, lo acompañan, orgullosos, los doctores y los profesores y los padres y los tíos, y, admirados, los hermanos y los primos y los siervos y los esclavos y los proveedores y los arrieros y los futuros graduandos, que ya sueñan con ser ellos los objetos de aquellos homenajes, aquella música alegre y chillona de flautas y clarines, trompetas y tambores, zarandas y chirimíes. El bonete en la punta de la vara, como si fuera la cabeza del impío que se ha cortado y se exhibe para que los herejes no se atrevan a mostrarse ese día por las calles. Luego la ceremonia. Solemne y pomposa, como tiene que ser cuando de Dios y la Virgen se trata. Y el rey. Su Majestad el Rey a quien Dios guarde por muchos años. Se jura ante Dios Nuestro Señor que se defenderá, con la vida si es necesario, la doctrina de la Inmaculada Concepción. Y se recibe el Bonete, por fin, que es la prueba de que se ha triunfado. Ya se es doctor. Y para ser doctor hay que tener vocación y estar dispuesto a sacrificarse calladamente, sin recompensas ni glorias ni famas ni celebridades. Para eso otro está la milicia. O la clerecía. Esto es recibir la Verdad y transmitirla. Para eso me han entregado en Libro. Y para eso son los ósculos de paz. La paz no da gloria, como la guerra o la misa. La Universidad es el Saber, no el poder.
(Continuará)
