LOS PRIMEROS PASOS DEL QUIJOTE (II)

Algo que nunca se ha dicho en propiedad es lo relativo a la posibilidad de que no sea mera especulación el atribuir a la muerte de Alonso Andrea de Ledesma un tono cervantino. Los hechos americanos se comentaban entonces a viva voz en Sevilla o en Madrid o en cualquier lugar de España, y una hazaña tan inútil y tan española como la de Ledesma no puede haberse ignorado en su momento, y mucho menos en Sevilla, en donde Cervantes vivió entre 1587 y 1602, y desde donde, cinco años justos antes de la muerte de Ledesma, el 21 de mayo de 1590 se dirigió por escrito al Consejo de Indias en busca de “un oficio” en América, que no consiguió. Aunque, más por razones turísticas que históricas en un pueblo de La Mancha, Argamasilla de Alba, aseguran que fue allí en donde Cervantes inventó su personaje, la realidad parece ser bien diferente. Es posible que ese lugar de La Mancha, cuyo nombre no quiere acordarse, sea Argamasilla, en donde Don Miguel la pasó muy mal y se dice que fue arrestado por Don Rodrigo de Pacheco por haber piropeado (quién sabe cómo) a su hermana, Magdalena de Pacheco, pero no hay ningún indicio de que haya sido allí en donde “concibió” a Don Quijote, ni mucho menos de que exista la posibilidad de que el personaje se haya inspirado en quien lo encerró, como suelen afirmar por razones, repito, estrictamente turísticas, los actuales habitantes del lugar. En cambio, es un hecho demostrado que, poco después de la muerte de Ledesma, cuando con toda probabilidad llegó a Sevilla la crónica del hecho narrada por Gaspar de Silva, Miguel de Cervantes estaba en la ciudad: “Se sabe que Cervantes estaba en Toledo –cuenta uno de los mejores biógrafos de don Miguel– el 19 de mayo (de 1595) (…) Probablemente hacia el final del mes llegaron noticias de Sevilla: Freire, se le dijo, había quebrado y se había fugado con 60.000 ducados, incluidos los aproximadamente 670 ducados que le había depositado Cervantes. (…) Las noticias hicieron que Cervantes se apresurara a ir a Sevilla, donde se encontró con que los acreedores de Freire ya habían cerrado filas en torno a la ruina. (…) El regreso a Sevilla forzó a Cervantes a través del pavoroso calor de agosto” (Byron, William, CERVANTES: A BIOGRAPHY, Doubleday & Company Inc., Garden City, New York, USA, 1978, p. 379). Y en agosto llegaron a las calles sevillanas las noticias de la muerte de Ledesma en Caracas. Algo más de dos años después, en octubre o septiembre de 1597, se produjo su primera reclusión en la cárcel ubicada en la Calle de las Sierpes de Sevilla, “en donde toda incomodidad tiene su asiento” y “se engendró” el Quijote. Don Miguel, que debe haberse maravillado, como mucha gente en aquellos días, con la noticia narrada por el hijo de Garcí González de Silva, no estaba preso por algún lance de honor o por razones relacionadas con la vida de un hidalgo, sino por haberle confiado fondos públicos a Simón Freire de Lima, el banquero que quebró y lo dejó al descubierto, hecho ocurrido poco después de que en mayo de 1595, es decir, días antes del sacrificio de Ledesma, se le otorgara –a Cervantes, claro– un premio literario (tres cucharas de plata) en una justa poética en honor a San Jacinto, en Zaragoza. Laureado, con deseos de ir a Santa Fe de Bogotá o a La Paz o a Guatemala, seguramente leía hasta con ansiedad todo cuanto pudiera de aquel mundo al que no pudo ir y del que escribió en 1600, cosas terribles: “Viéndose pues, tan falto de dineros, y aun no con muchos amigos, se acogió al remedio a que otros muchos perdidos en aquella ciudad se acogen, que es el pasarse a las Indias, refugio y amparo de los desesperados de España, iglesia de los alzados, salvoconducto de los homicidas, pala y cubierta de los jugadores a quien llaman ciertos los peritos en el arte, añagaza general de mujeres libres, engaño común de muchos y remedio particular de pocos”, son los términos que utiliza Cervantes para describir la América española en “El celoso extremeño”, escrita posiblemente en 1600, y terminada en 1606 (Miguel de Cervantes, “El celoso extremeño”, en “Obras Completas”, M. Aguilar Editor, Madrid, 1943. p. 866), como para justificar ante sí mismo la frustración de haberse quedado de ese lado de la mar océana. Así debe haberse topado con el relato que del extraño suceso hizo Gaspar de Silva, en el que dice en un lenguaje que tiene mucho del tiempo de don Miguel “que sabe este testigo y vido cómo el dicho capitán, como tal y siendo, como era, tan gran señor, le embistió al enemigo inglés a caballo, con su lanza y adarga, y andando gran rato escaramuzando entre ellos como tan valiente soldado y servidor de Su Majestad, le dieron un balazo que lo mataron, y cayó muerto de su caballo…” (Pardo, Isaac J., Op. Cit., p. 197). Hay en la escena demasiado de arremeter contra molinos de viento o contra una tropa de ovejas como para no pensar en claras similitudes. Lo cierto es que los ingleses, admirados por al valor del veterano héroe, premiaron su hazaña colocando el cadáver sobre su escudo y rindiéndole toda clase de honores, a pesar de las circunstancias en que se hallaban en el lugar. ¿Podría haber algo más parecido a lo que pocos años después publicó Cervantes? Además, a don Miguel bien podría haberle llamado la atención el nombre del héroe muerto, pues no debía serle en absoluto desconocido: Como todos los poetas de su tiempo, don Miguel tenía que estar enterado de la existencia del poeta segoviano Alonso de Ledesma (1562-1623) iniciador del “conceptismo” en España. Como puede verse, hay demasiadas coincidencias que avalan esta hipótesis y la hacen definitivamente plausible. Y la hipótesis del origen caraqueño de Don Quijote se hace más atractiva cuando se cae en cuenta de que quienes viajaron a Venezuela no fueron los nobles, sino delincuentes que pagaban penas o desesperados capaces de cualquier cosa, o los descendientes de antiguos caballeros e hidalgos venidos a menos, como el propio don Quijote de la Mancha (a quien, además, Cervantes llamó don Alonso, que es el mismo nombre de pila de Ledesma), con su escudilla vacía y sus sueños partidos, que en muy poco o nada se diferenciaba de todos, o de casi todos los que fundaron ciudades y recorrieron llanos y montañas en esta Tierra de Gracia. Recuérdese, además, que siempre existió una doble comunicación, de ida y vuelta, entre la España de Cervantes y la América de Ledesma: En América, por ejemplo, no lejos de Caracas, se le cambió el nombre a un sitio para llamarlo “La Victoria”, en honor a la victoria obtenida entre otros por don Miguel en la batalla de Lepanto. De manera que es mucho más que posible que la idea, el personaje de Don Quijote, le haya llegado a Cervantes desde Santiago de León de Caracas. En consecuencia, deberíamos empezar a decir que la brevísima gesta de Ledesma no es cervantina, sino la larguísima del Quijote fue ledesmina. Cervantes o no Cervantes, Quijote o no Quijote, Ledesma o no Ledesma, poco provecho sacaron los filibusteros de aquella aventura, pues los habitantes y sus autoridades, con la excepción del héroe y mártir don Alonso Andrea de Ledesma, el propio Gaspar de Silva que contaría después lo acontecido, Diego de los Ríos, Cristóbal Mejía de Ávila y otros pocos enfermos o ancianos que no podían huir, apelaron a un recurso que se probó eficiente doscientos y tantos años después, cuando el caraqueño Francisco de Miranda quiso invadir el país a comienzos del Siglo XIX: La huida discreta y simple, con todo aquello que pudiera llevarse al escondite, que en ese caso era en la bella montaña que sirve de muro a Caracas en el norte. De manera que no había oro ni piedras preciosas ni casi nada de valor en la villa. El 3 de junio Preston y sus secuaces, dignos hijos de la Gran Bretaña, como vimos, al fracasar las negociaciones de “rescate”, optaron por retirarse, luego de destruir y quemar la pequeña ciudad, cuyos daños, al decir de los cronistas, fueron exagerados por los invasores, quién sabe con qué propósitos. Después, no solo por maldad sino en preparación de futuros asaltos y quién sabe si con la mira puesta en una ocupación permanente de esas tierras tan bien ubicadas desde el punto de vista estratégico, quemaron lo que pudieron en La Guaira y destruyeron cuatro barcos en Chichiriviche, camino a Coro y no lejos de la isla de Curazao, antes de irse a regar el terror por otras aguas. Por cierto que mientras los santiaguinos (de Caracas) huían al monte y Alonso Andrea de Ledesma cumplía su gesta solitaria, la ciudad estaba absolutamente desprotegida: El gobernador, Diego de Osorio había salido poco más de un año antes (el 16 de junio de 1594) a visitar con evidente calma y deleite todas las ciudades de la provincia para organizar el gobierno “conforme al plan establecido” (Sucre, Luis Alberto, Op. Cit., p. 86); el teniente de gobernador, Juan de Ribero, no se encontraba por todo eso; el primer alcalde, Garcí González de Silva, de viaje por la costa, y el segundo, Francisco Rebolledo, en cama con calenturas. La ciudad no tenía armas ni pólvora, y nadie supo qué hacer. La tradición de nuestros gobiernos, como se ve, tiene solera.

FIN

LOS PRIMEROS PASOS DEL QUIJOTE (I)

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8 comentarios

  1. Es curioso que hombres tan en plenitud de sus fuerzas, veteranía en lucha a caballo y capacidad de combate como Diego de los Ríos, Gastar de Silva y Cristóbal Mexía de Ávila, todos vecinos de la élite de aquella temprana Santiago de Leó y encomenderos, no estuvieran en la tropa de milicia que Juan de Riberos -teniente de gobernador- y Garcí González de Silva -alcalde de la ciudad- llevaron ese día 29 de mayo en marchas forzadas a la costa para oponerse a los corsarios ingleses.

    El único de ellos que podía excusarse de quedar ese día en Santiago de León era, precisamente, Alonso Andrea de Ledesma, por su edad.

    Nunca sabremos el motivo de esa presencia anómala en Caracas de estos notorios personajes, siendo que su obligación como fieles súbditos en servicio real debió ser, teóricamente, acompañar a estos dos capitanes Riberos y Silva a defender La Guayra.

    Gaspar de Silva vivía en la esquina de Carmelitas noreste, con su padre Garcí González de Silva. Era sobrino político de Cristóbal Mexía de Ávila, pues la mujer de Mexía y la de Garcí eran hermanas, dos de las famosas Siete Hermanas Rojas.
    Gaspar de Silva heredó el solar y casas de Garcí, al morir este en 1624, conservando el solar. La casa de estos, grande y de alto, mantuvo su forma y disposición de aposentos hasta el s. XVIIII y revela su antigua arquitectura en el plano que se ha conservado del Convento de las Carmelitas de 1728 que guarda aún el AGI de Sevilla.

    Cristóbal Mexía muere con grado de capitán en 1633. Había fundado temprano, hacia 1614, una plantación inicial de cacao en su encomienda costera de Chuao, con cacao autóctono de esa costa, y había enriquecido desde entonces, cuando exporta sus primeras fanegas a México vía Cartagenero de Indias, recibiendo por ellas buena y sólida plata mexicana. Vivió en un solar entero en Jesuitas noreste. Su hija, Catalina Mexía, ya muy rica, casó con Pedro de Liendo, alférez real de Caracas, con Lorenzo de Meneses, marqués de Marianela, hijo del gobetnafor Meneses (1626-1630) y con don Juan de Porres y Toledo, hermano del gobernador don Pedro Porres de Toledo. Sin hijos, Catalina funda al morir, sobre su plantación de cacao, la famosa Obra Pía de Chuao, la más extensa plantación costera de cacao en la Costa de Caracas.

    Diego de los Ríos vivió en casa con frente a la plaza mayor, en lo que hoy es el Palacio Arquidiocesano. Era mestizo reconocido como hijo propio por el Contador Real Gonzalo de los Ríos, nacido de india natural de Barquisimeto.

    Alonso Andrea vivía calle en medio al sur de Cristóbal Mexía, en la esquina de Jesuitas sureste, colindante al sur con su hermano Tomé, muerto en 1578.
    Saludos

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