El nacimiento de Venezuela fue un verdadero trauma. Debería haber sido causa de alegría y de emoción patria, pero fue en realidad un tránsito de dolor y de muerte. La guerra de Independencia, que empezó a los pocos días después de que se aprobara la Constitución de 1811, fue uno de los capítulos más sangrientos y destructivos de toda la historia de América. Prácticamente no hubo familia que no perdiera a varios de sus hijos, o bien como baja militar o bien asesinado o muerto en incendios o ejecutado por un enemigo que tenía demasiado de salvaje, y ello ocurrió con todas las clases sociales, aunque proporcionalmente fue más notable en las clases altas. No hay forma de calcular las bajas del país, pero hay quienes aseguran que perdió cerca del 40% de sus varones, y se sabe que perdió prácticamente toda su ganadería y su agricultura, y todas sus vías de comunicación. No es exagerado decir que hoy, a dos siglos de aquel tiempo feroz, aún no se ha recuperado del todo. Graziano Gasparini aporta algunos datos que nos permiten darnos una idea de lo que fue la Guerra de Independencia para Caracas: En 1812 Caracas tenía unos cincuenta mil habitantes, pero cuatro años después, en 1816, no llegaba a veinte mil, y en 1825, dos años antes de la última visita de Bolívar, según el Anuario de Caracas, eran veintinueve mil cuatrocientos ochenta y seis, de manera que cuando Bolívar vuelve en 1827 encuentra una ciudad que ha perdido el cuarenta por ciento de su población. Apenas en 1870 volverá la antigua Santiago de León a tener las cincuenta mil almas en cuerpos que, según el barón de Humboldt, tenía al comenzar la guerra, en 1812. A partir de esos datos, es fácil imaginar lo que representó para el resto del país. ¿Cuál fue la causa de tanta destrucción? Creo que habría que buscarla en el carácter español, que privó de lado y lado. En el lado independentista el cuadro no es sencillo. Los hombres que iniciaron el movimiento independentista de 1810 no eran revolucionarios en el sentido que se le da hoy a esa palabra. Poco antes, en 1798, habían rechazado con decisión el intento independentista y revolucionario, a la francesa, de Gual y España. Y en 1806 se manifestaron abiertamente antirrevolucionarios cuando el intento de invasión de Francisco de Miranda. En 1808, cuando ya se trataba de luchar contra el invasor francés, dieron claras manifestaciones de españolidad, de no querer la Independencia en absoluto. ¿Cómo se explica, entonces, que en 1810 y muy especialmente en 1811 sí se embarcaran en un camino que llevaba hacia una revolución social? Todo indica que la intención de los mantuanos era la de buscar acceso directo a los mercados internacionales, pero una minoría de jóvenes fogosos, Bolívar, Rivas, etcétera, decidió llevar todo mucho más allá e imitar a los revolucionarios norteamericanos y franceses en su afán antimonárquico. Y se enfrentaron a la tozudez de las autoridades españolas de entonces, que arrinconaron a los criollos hasta no dejarles otra salida que la Guerra de Independencia, que para los iniciadores del movimiento tenía un cariz muy distinto al que después se impuso. Así, la Independencia terminó siendo obra de una fracción de los nobles criollos, los llamados “mantuanos” (descendientes en general de los fundadores de la ciudad o de los hidalgos españoles llegados a la Provincia de Caracas o de Venezuela y cuyos descendientes se quedaron en la ciudad), uno de cuyos miembros más conspicuos fue Simón Bolívar. Pero entre ellos mismos no había unidad. Se trataba de la clase social dominante, y como suele ser, era una clase reaccionaria, enemiga de todo lo que significara disminución de sus privilegios. Por eso se opusieron a la Revolución de Gual y España y a la invasión de Miranda, que eran movimientos relacionados con la Revolución Francesa. Pero por eso, también, algunos de ellos sí pensaron en crear una Junta en 1808, y casi todos la impulsaron en 1810, cuando se trataba –y en eso hay una evidente contradicción y hasta una paradoja– de ir contra la Revolución Francesa, encarnada ya en Napoleón Bonaparte, que a pesar de su lenguaje y su nomenclatura imperiales no era otra cosa que la Revolución con otros ropajes. El 19 de abril de 1810, aunque sea considerada por muchos el inicio del proceso independentista, fue en realidad una reacción contra la subida al trono español de José Bonaparte, “Pepe Botella”, el hermano del Emperador. La minoría republicana de los mantuanos, ante el vacío de poder que significaba la defenestración de los reyes borbones, vio una oportunidad para crear una república, mientras la mayoría de ellos pensaba solo en quitarse de encima los rígidos controles que les impedían comerciar directamente con los ingleses, los holandeses, los daneses y otros pueblos, y hacia allí enfilaron sus naves, que no sabían aún tan frágiles. Pero la minoría que, gracias a la ilustración, sí quería ir mucho más allá de la simple Independencia económica, y soñaba con una revolución política y social, terminó imponiéndose. Entre ellos destacan José Félix Ribas, “diputado de los pardos” y Simón Bolívar, que invitó al país a Francisco de Miranda, el auténtico revolucionario de estas latitudes. Pero se trataba de un número reducido de adelantados los que empujaron el carro que prudentemente conducía Juan Germán Roscio y lo echaron a volar hacia los barrancos del sueño. Al principio lo único que esa clase dominante quería era sacudirse de encima el monopolio comercial y político que les había impuesto España. Y en el lado español hubo una reacción exagerada. España, sin preguntar, condenó de primera a los que, quizás tratados de otra manera, podrían haber frenado a los que querían volar. Muy en contra de la voluntad de la mayoría, los mantuanos se convirtieron en la única clase social del mundo que se ha suicidado, no por defender sus privilegios sino por buscar que se eliminaran. Prueba de ello es lo que señala la historiadora Inés Quintero en su libro sobre el marqués del Toro (“El último marqués, Francisco Rodríguez del oro 1761-1851”, Fundación Bigott, Bigotteca, Serie Historia, Caracas, Venezuela, 2005), que en la página 176 dice que “Ninguno de los nobles titulados que apoyaron el gobierno de la Junta Suprema y contribuyeron a la creación de la República, formaban parte del nuevo estatuto político”. Por otra parte, los seguidores de Roscio o de Andrés Bello quedaron aplastados entre los revolucionarios y los contrarrevolucionarios. Esa patria que nació entonces, esa primera República, vio la luz condenada a muerte. Pronto llegó el tiempo de los Boves y otros violentos, que tenían mucho de resentidos, y cuya estirpe ha existido en Venezuela, y existe todavía, al extremo de que volvió al gobierno de la República en 1999. Ese apasionamiento, esa falta de madurez, esa tendencia a la “viveza” criolla, esa falta de escrúpulos, ese primitivismo que se demuestra con la carencia absoluta de sentido del deber, fue lo que causó el terrible incendio que fue la Guerra de Independencia de Venezuela. Las autoridades españolas actuaron con torpeza y con soberbia dejaron el asunto en manos de un marino canario débil y no muy inteligente, llamado Domingo de Monteverde y un grupito de caudillos tropicales como Zuazola, Yáñez, Antoñanzas, Cervériz y en especial José Tomás Boves, que ha sido el modelo, a veces en forma consciente y a veces en forma inconsciente, de muchos de los que han mandado en Venezuela desde entonces, y obsérvese que no digo “gobernado”, sino “mandado”, que es algo muy distinto a gobernar. Bolívar alentó a sus propios caudillos tropicales, astutos y también primitivos, aunque partidarios de una causa bastante más noble que la de sus contrapartes. Páez, Zaraza, Arismendi, José Félix Ribas, etcétera, se dedicaron a cazar cazadores, a asesinar asesinos y más de una vez a cometer fechorías parecidas y hasta idénticas a las que cometían sus enemigos.

Felicitaciones gracias por esta primera entrega de nuestra Historia de Venezuela.
Muy interesante su planteamiento sobre la Guerra de Independencia, que la historiografía tradicional ha presentado con tintes de epopeya, canonizada por Eduardo Blanco en su famoso libro. Esa es la visión que tenemos gracias a la educación desde la primaria a la universidad. No obstante historiadores como Carrera Damas, Elías Pino, Inés Quintero y otros han hecho sus esfuerzos para poner las cosas en su lugar.
Felicidades para usted y le deseamos todo el éxito posible en su empeño desmitificador.
Te felicito, Eduardo!! Espero que esta primera entrega de tus interesantísimos comentarios sobre la historia de Venezuela continúe. Un abrazo!!
Muy agradecido por tan amable comentario. Un gran abrazo.
La cadena fue forjándose con los eslabones de la tragedia:
Caracas y sus dirigentes, los mantuanos, tenía siglos contestándoles de igual a igual tanto a la irrespetada Audiencia de Santo Domingo, a la que simplemente no le temían, como al parapeto ese de Consejo de Indias, un invento de alcabala diseñado para evitar diatribas directas con el rey de sus díscolos súbditos americanos (que desde que llegaron a aquel remoto trópico parecían volverse dementes por un sol sin invierno y la agobiante selva), visto los incómodos ejemplos del Pizarro y el loco Aguirre.
La Guipuzcoana les había tascado el freno con rigor, usando a cualquier canario blanco de segunda como escarmiento, para mostrarle a los arrogantes de Caracas quien mandaba a la final (un rey ahora Borbón, desde 1715 y muy francés en imitar a Louis XIV, en lo de El Estado soy Muá), pero ese caballo mantuano nunca dejó de soñar con sacudirse esa brida, volver a los buenos tiempos de la Casa Hasburgo del s. XVII, en que la Provincia toda era feudo de los mantuanos de Caracas, y sus alcaldes mantuanos -parientes todos- mandaban en toda la gobernación «en lo político y militar», real cédula ganada en 1676 con hartas fanegas de cacao y mucha plata tintineante, producto de su exclusivo comercio con el rico virreinato mexicano.
Al acecho pues, desde que en 1785 se acaba por fin la tal Guipuzcoana (mastín de guerra insufrible por aperrearlos como a los indios), por decisión de un rey medio napolitano y quizás por ello más decente, llega la novedad de la emancipación de las colonias inglesas, rebeladas contra su propio rey.
Esos toscos tenderos -calvinistas hasta el ridículo- se habían atrevido a mandar a la poderosa corona inglesa (que tanto había pateado y pateaba aún a la atortugada España) al mismísimo carajo, y a punta de coraje y cara habían tenido éxito.
El 19 de abril fue un momento único, porque se dirimió un punto de honor al que los mantuanos no estaban dispuestos a ceder: Tú, Fernando Sietemesino, rey infame, desacreditado y traidor a tus vasallos, has renunciado a la Corona de Castilla por miedo al francés, que puso en tu silla al borracho de PepeGarrafa, ¿y ahora, de buenas a primera, se presenta aquí en Caracas un gallego, andalú o lo que sea, pretendiéndose hablar en Nombre de una autonombrada «Cortes de Cádizz…?
[Se levanta el telón]
[En la futura Casa Amarilla]
[Emparan gobernador, Martín de Tovar alcalde mantuano, Paco X enviado a América, desde Cádiz]:
-A ver Paquirri, dime: ¿alguno de tu divertida Junta Conservadora de los Derechos del rey infame nos ha consultado acaso, antes de autonombrarse, que no veo el papel donde Fernando la crea…?
– No, pero todos somos subditos y vasallos y debemos lealtad al rey.
– Nuestra lealtad es con la Corona de Castilla, y si Castilla ya no tiene rey español desde que renunció al francés, técnicamente el vínulo de vasallaje ha cesado, ¿sí o no? Nosotros no le debemos hoy vasallaje a nadie que no reconozcamos, y mira hijo, tan súbdito y con su real derecho a montar una Junta a favor de Fernando tienen los gallegos como los americanos, todos iguales súbditos ante el rey ¿o es que acaso los súbditos de aquí son menos que los de tu Cadizz…?
-Yo reconozco a las Cortes de Cadiz y a Paco como su Representante y punto, y soy EL GOBERNADOR.
-Naaaa, Emparan, no salgas con eso que nosotros no somos indios cogidos a lazo. Fíjate lo que estás diciendo: Si tú reconoces a este como representante de esa juntica, y a la junta como voz de Fernando, nos muestras aquí y ahora la Real Cédula que crea esa Junta, si no, actúas fuera de derecho y desde este instante no te reconocemos sino como gobernador espúreo, como alcaldes asumimos el gobierno.
-Me voy a la misa mayor, me está esperando el arzobispo y no más debate, !he dicho!
Como se ve, ganaron los mantuanos ese 19 de abril y visto el ejemplo de las colonias inglesas, no ibamos a ser menos nosotros los mantuanos en eso de patear nuestra propia corona infame que nos miraba como panchos sudacas, gente tropical y de segunda. En 1811 decidimos hacer una República, porque sí, por derecho propio y punto.
Lo que siguió fue la reacción contra tamaña osadía de esos americanos creidos. La guerra fue cruel no porque Bolívar y los otros mantuanos así lo quisieran desde el inicio, sino de nuevo, golpe por golpe: ¿Tú me violas a mis mujeres, asesinas a machetazos o degollando a ancianos y niños civiles y no dejas cabeza de hombre en pie, si son venezolanos y patriotas…?
Okay, te haré esa misma guerra carnicrera pero doblada: Guerra a Muerte, hasta que comiences a respetarnos como venezolanos y americanos, no gallegos.
Y así fue, ojo por ojo., Los mantuanos, cuando decían no, era no, Punto de Honor.
Lo demás es historia.
Saludos
Muchísimas gracias, Juan, por tu interesante comentario, que es si un breve tratado lleno de erudición y de conocimiento.