EL TANTEO POR ORIENTE (I)

Aquellos falsos dioses barbudos, con piel y cabeza de metal, viajaron hacia el Occidente para convertirse en señores, que no lo eran en España, y los señores tenían no solo riquezas, sino trenes de servidumbre para satisfacer todas sus necesidades. Por lo tanto, esos nuevos señores necesitaban esclavos, pero no solo para satisfacer sus caprichos, sino para hacer las fortunas con las que soñaban. Así nació en régimen de Encomienda de Indios, copiado de los señoríos medioevales y cuyo fin era “proteger” a los pobres indígenas, de paso, servir militarmente a la corona. A cambio de esa paternal protección los indios tenían que trabajar de sol a sol (desde luego, sin salario) para sus “protectores”, dos o tres días por semana. En la práctica los ponían a trabajar siete días a la semana, cincuenta y dos semanas al año y hasta que se reventaban, especialmente los que estaban “protegidos” en los ostrales de oriente o en las minas. Por eso los buenos sacerdotes Bartolomé de las Casas y Antonio de Montesinos iniciaron una fuerte campaña en contra de aquellas prácticas. La presencia de España en América era para evangelizar, para llevar a Buena Nueva a aquellos inocentes seres que hasta entonces no habían tenido oportunidad de conocer la Verdad, no para explotarlos y reventarlos como animales de tiro y aprovecharse de su inocencia. La campaña de los curas dio resultados, y en 1542 se dictaron nuevas leyes que prohibían el régimen esclavista y lo sustituían por la Encomienda de Tributo, que asimilaba a los indígenas a la condición de menores y no permitía que se les esclavizara. Aplicada en Venezuela en 1545 obligaba a que los “protegidos” pagaran los servicios de los “protectores” no con trabajo forzado sino con frutos o dinero. Solo se exceptuaron los indígenas que se reventaban en las minas de sal. Los “protegidos” no se resignaron dócilmente, y grandes encomenderos, como Garcí González de Silva, debieron enfrentar rebeliones que hasta pusieron en peligro sus vidas. O se las quitaron en más de un caso, como a Julián de Mendoza. El régimen fue la causa de que se esclavizara a los africanos, muy a pesar de Fray Bartolomé, que en su debate de Valladolid (1550), frente a Ginés de Sepúlveda, afirmó que todas las Naciones (grupos étnicos, grupos humanos) nacen iguales. Fue oficialmente abolido en 1687, pero continuó utilizándose hasta mediados del siglo XVIII. Fueron dos siglos y medio de brutalidad, que empezaron en el Oriente del país, en ese primer tanteo que tuvo como centros a Cubagua, Margarita y Cumaná, tierra de muchos de mis antepasados, la primera ciudad fundada por los españoles en Venezuela, o mejor dicho, la primera que subsistió en el tiempo, pues Alonso de Ojeda, nacido en Cuenca en 1470 y muerto en Santo Domingo unos cuarenta años después, fundó en 1502 o 1503, en la Península de Paraguaná, el primer establecimiento español en el continente americano (Sucre, Luis Alberto, “Gobernadores y Capitanes Generales de Venezuela”, Segunda Edición (reimpresión), Cuatricentenario de Caracas, Caracas, Venezuela, 1964. P. 8). Así se inauguró la costumbre, por lo menos en Venezuela, de haber sido fundada varias veces. Trujillo, no solo fue fundada varias veces sino que hasta en repetidas oportunidades cambió de nombre: Inicialmente fue Trujillo, después Mirabel, después Nueva Trujillo, Trujillo del Collado, Trujillo de Medellín, Trujillo de Salamanca y Nuestra señora de la Paz de Trujillo. Barinas, en el piedemonte andino, se fundó en donde hoy está Altamira de Cáceres, luego pasó a lo que hoy es Barinitas y finalmente se estableció en el sitio que hoy ocupa. Mérida, la de Venezuela, padeció un proceso muy complicado para su fundación: El primer intento provino de Coro en 1534, cuando un representante de los Welser llegó al páramo de Santo Domingo. El segundo fue por órdenes de Juan Pérez de Tolosa, primer gobernador de la provincia de Venezuela, que envió a su hermano Alonso a explorar las montañas nevadas. El tercero fue realizado por Juan Rodríguez Suárez, “el Invencible Caballero de la Capa Roja”, que el 9 de octubre de 1558 fundó, en donde hoy está San Juan de Lagunillas, una ciudad que llamó Mérida en honor a su ciudad natal, Mérida de Extremadura. Días después, a causa del calor y los insectos, resolvió mudar su ciudad aguas arriba del río Chama, a la meseta formada por ese y otros dos ríos, a cuatro leguas de las lagunillas, en lo que hoy es la Parroquia de Santiago de la Punta, a donde llegó el 1º de noviembre del mismo año. Por último, Juan de Maldonado mudó la ciudad a su actual emplazamiento frente a la Sierra Nevada, el 12 de julio de 1559, y le cambió el nombre por Santiago de los Caballeros. Hoy se le conoce simplemente como Mérida. El caso de Cumaná no fue menos enredado. La decisión de formar en ese sitio un poblado se tomó por la necesidad de surtir de agua y de esclavos a los que explotaban las perlas de Cubagua. Era indispensable para ellos que la desembocadura del río Cumaná, la fuente de agua dulce más cercana al islote, estuviera protegida y segura. En ese sitio se radicó una guarnición, encargada a la vez de cuidarlo, de llevar el agua a Cubagua y de capturar los indios que servirían de mano de obra esclava. Desde luego, los indígenas trataron de defenderse y lograron que las noticias de las atrocidades llevadas a cabo por los españoles llegaran a Santo Domingo. Entre 1513 y 1515 los religiosos franciscanos y dominicos trataron de establecerse en la costa cumanesa para adoctrinar a los indios y tratar de protegerlos de los soldados.

(Continuará)

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