EL SONIDO DE LAS SOMBRAS (I)

Venezuela, o Veneçuela, que es como aparece nombrada por vez primera en el mapa dibujado por el cartógrafo español Juan de la Cosa en 1500, cuando regresó a España después de recorrer las costas del extremo Norte de la América del Sur en la expedición de Alonso de Ojeda (1499), puede haber tenido varias fechas de nacimiento. Puede haber nacido cuando se unieron las partes que hasta entonces habían estado separadas y se creó la Gran Capitanía General de Venezuela, en 1777. O cuando a Vespucio se le ocurrió , si es que es cierto lo que se cuenta, aplicarle a un caserío lacustre el remoquete de pequeña Venecia, o Venecia venida a menos, o Venecia de pacotilla. O cuando los españoles pisaron por vez primera su suelo, posiblemente en Macuro o en algún lugar cercano, el 5 de agosto de 1498. O muchísimo tiempo antes, en una fecha inimaginable que se ubica entre brumas y tinieblas, cuando a sus costas o a sus tierras llegaron por vez primera los seres humanos, descendientes de otros que mucho tiempo atrás habían salido de lo que hoy llamamos Asia para atravesar el Estrecho de Behring, que entonces no estaba cubierto por las aguas, y luego dirigirse hacia el Sur e ir poblando día a día este inmenso continente que hoy, por un error histórico, llamamos América. Para Carlos Siso (1889-1954), autor de uno de los primeros trabajos dedicados al estudio de la población venezolana, los indígenas de lo que después sería Venezuela se dividían en tres clases: A la primera y más avanzada pertenecían los llamados chamas, habitantes de la cordillera andina, muy parecidos a los “Chibchas de la Confederación de Bogotá – los cuales no podían considerarse salvajes, pues vivían socialmente en poblaciones, una de ellas extensa, que dio motivo a Juan Rodríguez Suárez para llamarla ‘una Roma pajiza’, cultivaban varios frutos para su sustento, fabricaban tela de algodón para vestirse, vasijas de artísticas formas y otros artículos para su comodidad; y sobre todo tenían cierta profunda ideología en algunas profundas representaciones y símbolos de su raza y cierto perfeccionamiento en su lenguaje” (Febres Cordero, Tulio, “Historia de los Andes, citado por: Siso, Carlos, La Formación del pueblo venezolano”, Estudios Sociológicos, Horizon House, New York, 1951, p. 110). A la segunda, también avanzada pero no tanto como la de los chamas, pertenecían los cuicas, de Trujillo, los caquetíos, los jiraharas (de Falcón, Yaracuy, Lara y Carabobo), los caracas, los teques, los otomacos, los merecotos, los mariches y otras tribus cercanas al valle que hoy ocupa Caracas; a ellos, Siso les atribuye una situación de decadencia debida a la invasión de los caribes, con quienes se habían mezclado. Y la tercera, que según los españoles “viven en ‘more pæcudum’, sin adoración falsa ni verdadera, sin subordinación a justicia ni superior alguno; con razón dudaron los primeros españoles conquistadores si eran hombres racionales, pues los tenían por salvajes por no ver en ellos señal alguna de racionalidad” (citado por: Siso, Carlos, Op. Cit., pp. 110-111), estaba formada por los caribes, los aruacas, los achaguas y, en general, los del resto del territorio de la actual Venezuela no ocupado por los de las otras dos, especialmente las costas, por donde entraron los españoles. Asegura Siso que a estos últimos, que ocupaban bastante más espacio que los otros, “No se les podía obligar a trabajar – ya fuera en los campos, cultivando sementeras para la vida de la población, ya en la construcción de chozas para sus habitaciones – porque ‘tenían horror al trabajo de la tierra y por cualquiera otro que les hiciera doblar el espinazo, pues como no se han criado en ello no soportan la fatiga y, deseosos como están de volver a su libertad y vida gentilísima, al obligarlos, aprovechan y se van al monte, perdiéndose todo el trabajo que se ha hecho en su recolección y lo poco que han ganado’”.(Siso, Carlos, Op. Cit., p. 111). Son los de esta tercera categoría, en especial, los que mantienen una relación casi perfecta con la naturaleza, muy distinta a la que han mantenido los civilizadores y los civilizados, por desgracia. No es que antes de la llegada de los barbados hombres de hierro todo fuese perfecto. Había crímenes y enfrentamientos y los hombres se mataban entre sí. Pero, aunque no haya sido factible probarlo, posiblemente esos crímenes y enfrentamientos existían en menor grado que después, y, sin caer en la teoría del “buen salvaje”, todo era más natural y más honesto. Después, esos mismos indígenas o fueron esclavizados, o fueron asesinados o cayeron víctimas de enfermedades para las que no tenían cura, o, simplemente, aprendieron de los recién llegados malas mañas que no los favorecieron en nada y que, en cambio, han dado pie a visiones absurdas como la del “buen revolucionario”. Esos primeros habitantes de lo que hoy se llama Venezuela, que no tenían grandes edificaciones ni culturas consideradas importantes por el eurocentrismo, como las del Perú o las de Bolivia o de México y Guatemala, estaban bastante más cerca del cielo, de la perfección. Y eran más vulnerables, también. Casi todo con respecto a ellos ha sido equívoco, empezando por el término que se ha usado como su gentilicio. Jamás fueron indios, pero el disparate de Colón de creer que había llegado a la India por la retaguardia impuso ese término. Se les ha considerado atrasados culturalmente porque no destruían la naturaleza: creo que es todo lo contrario. Los pretendidos “avances” culturales son retrocesos, alejan al ser humano de su esencia y lo convierten en monstruo y, por lo tanto, esos supuestos indios atrasados ni son indios ni son atrasados. Han avanzado a un ritmo más sensato que el europeo y el norteamericano, que llevan a la humanidad a su destrucción luego de haber destruido a un número indeterminado de especies animales y vegetales. Su ritmo pausado y natural se mantuvo durante milenios, hasta que llegaron los europeos. Entonces empezó lo discutible. Hay algo muy interesante de ese tiempo, casi una premonición, que es la emigración de una o varias tribus que ya se habían asentado en lo que hoy es Venezuela y salieron de isla en isla, posiblemente del actual estado Sucre, hasta llegar a lo que hoy se conoce como Florida, en la América del Norte. Especialistas han logrado seguir la huella de esa gran expedición que fue cubriendo el arco de las Antillas y llevó usos y costumbres de Tierra Firme (Venezuela) a aquellos otros espacios de lo que llegaría a llamarse el Nuevo Mundo. Claro que en sentido contrario, además de la población inicial, la que posiblemente haya venido del continente asiático, también hubo numerosas experiencias, y se ha probado la existencia de un importante intercambio, no solo comercial, sino cultural, en un vital proceso de mestizaje. El pensador mexicano contemporáneo Leopoldo Zea, mientras en España y la América humana se discutía, un tanto a lo bizantino, si lo que ocurrió en 1492 debía llamarse descubrimiento, o encubrimiento, o encuentro de dos mundos, acuñó una frase que, a mi juicio, es la única que refleja lo que realmente ocurrió en aquel proceso: Topetazo de dos mundos. Porque eso fue lo que pasó. De nada vale perder tiempo, palabras, papel y dinero en estudiar e investigar las causas. Colón puede haber sido un espía soviético que viajó en nave intergaláctica y al descubrir las minas o los ostrales, cambió de bando y le vendió sus secretos al rey de España; pueden haber estado en América los egipcios, los vikingos, los “scouts” de las Grandes Ligas de béisbol, antes que Colón, y la historia no cambiaría un ápice. Lo que ocurrió es tan simple y tan complicado, tan grande y tan pequeño, tan heroico y tan miserable, todo a la vez, que no tiene sentido seguir discutiendo el tema. Fue un terrible topetazo en los que cada una de las dos partes se llevó su buena parte. Y punto.

(Continuará)

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4 comentarios

  1. Existe una interesante declaración de un encomendero de Borburata en el juicio de residencia hecho allí en 1553.

    El juez de comisión intentaba dilucidar cuanta veracidad había en la denuncia hecha en la Sumaria Secreta de que algunos españoles de este poblado acabado de fundar, impedían a los indios caracas (que venían de tiempo inmemorial por mar a coger sal en la salina de Patanemo,) a llevarse la sal a menos que pagaran con oro (el famoso oro de los ríos de los Teques y otros ríos de esa aurífera Caracas).

    Lo cierto es que llaman a declarar a este vecino, por reconocerse que era buen conocedor de esos indios caracas, por haber estado varias veces en su costa.
    El testigo declaró que no entendió lo que los indios caracas decían, pues aunque él conocía bien la lengua de los indios comarcanos a Borburata, la lengua de estos caracas era diferente, y así, él entendía la de los «taguanos» (sic, ¿tacariguanos…?) la de los indios de la provincia de Caracas «era otra» y no la podía entender por ser diferente a la de sus indios encomendados.

    Juan de Villegas, cuando exploró todos esos valles y lago de Tacarigua en 1548,, estuvo recorriendo con su hueste la «hasta la culata» de la laguna, esto es, hasta su término oriental, pero curiosamente no pasó al valle de Aragua que se iniciaba en lo que hoy es Cagua y San Mateo…

    Para mi, tanto esa prudencia del veterano Villlegas, como la declaración jurada del encomendero de Borburata son claros indicios que había una frontera lingüística (y quizás cultural o social) ente los indios caracas y los que se ubicaban al oeste, a partir de Turner y Patanemo. Quizás hasta Turner llegaban los indios amigos a Villegas, y enemigos inmemoriales de los meregotos de Aragua, por ser estos ya de filiación caracas.

    Por cosas así es que mi análisis me lleva a hacer a estos indios indómitos de Caracas gente más cercana al tronco cultural caribe, más que emparentados con caquetíos o juraharas, que estos terminaban, al parecer, en Turmero.

    Saludos

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