CIUDAD POR CÁRCEL (III)

El partido de los alcaldes y los nobles criollos se lo hizo saber al Virrey de Santa Fe, que con toda energía resolvió la cuestión contra Portales, en marzo de 1723, y lo depositó entre las paredes de la Cárcel Real, de donde saldrá liberado y repuesto en su cargo por intercesión directa del Obispo Escalona y Calatayud ante Su Majestad el Rey. Eran los tiempos de Felipe V (el primero de los Borbones, nacido en Versailles en 1683, que le debía muchísimo al clero), y poco debía interesarle al monarca lo que sucediera en una provincia tan desvalida como lo era la de Venezuela, sobre todo si consideramos que su gobierno estaba en medio de tormentas que abarcaba Europa entera. Entre las dos prisiones de Portales, el rey abdicó en favor de su hijo mayor, que murió pocos meses después, por lo que el rey volvió al trono, seguramente con menos deseos de ocuparse de Venezuela, en donde su gobernador y capitán general, luego de salir de la Cárcel Real, se había dedicado a vengarse de los que consideraba culpables de su encierro. Sus abusos fueron tales, que la Audiencia de Santa Fe ordenó su segunda prisión el 24 de febrero de 1724. Apenas cinco días estuvo encerrado, pues se fugó y se escondió en el Seminario, inicialmente, y luego en el Palacio Episcopal. La oscura y lejana provincia de Venezuela da pruebas de que en ella la anarquía tiene alientos, cuando el enfrentamiento entre el cabildo y los nobles criollos, por una parte, y el gobernador, el Arzobispo y los blancos peninsulares, por la otra, está a punto de generar una verdadera guerra civil. Su Majestad el Rey, a instancias del Obispo, ordena por real cédula (septiembre de 1725) que Portales, que había huido de Caracas después de refugiarse en el Convento de San Francisco, regrese de Ocumare y reasuma el gobierno, en el que permanece desde julio de 1726 hasta junio de 1728. Pero hay que aclarar que en el tiempo en que Portales (y el Obispo Escalona) gobernaron la provincia, no todo fue intriga ni todo fue negación. Ambos hicieron cosas muy buenas para la ciudad y para el país. Le dejaron a Venezuela su Universidad de Caracas, que con el tiempo se convertiría en la Universidad Central de Venezuela, y se enfrentaron, aunque sin mayor éxito, al monopolio del comercio por parte de la Compañía Guipuzcoana, monopolio que se veía favorecido por sus enemigos, los del cabildo. Esa oposición del gobernador Portales y el Obispo Escalona bien podría ser la semilla del nacionalismo venezolano, en curiosa contradicción con el porvenir, puesto que los descendientes de sus enemigos estarán mucho más próximos a ellos que los descendientes de sus amigos. Poco tiempo después se produciría, contra el monopolio económico de la Guipuzcoana la Rebelión de Andresote (el zambo Andrés López del Rosario), en Yaracuy, y unos veinte años después, por la misma razón, se produciría el movimiento de Juan Francisco de León, que también sería uno de los precursores de la gesta independentista venezolana aunque en las mentes de ellos no hubiera ni sombra de una idea similar (Sucre. Luis Alberto, Op. Cit., pp. 229-237).
A Portales lo sucedió en el mando Lope Carrillo de Andrade Sotomayor y Pimentel, hombre de nombre tan largo como cortas sus ejecutorias. Encontró una ciudad golpeada y amansada, un Ayuntamiento compuesto por hombres que en más de una ocasión fueron a tener a la Cárcel Real y que, ido Portales, no querían más guerra. Pero la guerra se les vino sola, y al poco tiempo el gobernador, a causa de unas sombrillas, agredió al clero y al Ayuntamiento a la vez. Fue demasiado, y con todo el largo de su nombre terminó encerrado en la Cárcel de El Principal, de la cual escapó, casi se diría que en cumplimiento de lo que comenzaba a ser una especie de tradición entre los gobernantes de Venezuela, para refugiarse en el Convento de las Mercedes y morir sin demasiada gloria y algo de pena (Sucre, Luis Alberto, Op. Cit., pp .243-244). Es probable que el sucesor de Lope Carrillo etcétera, Sebastián García de la Torre (gobernador y capitán general de Venezuela entre 1730 y 1732) también haya conocido como prisionero las mazmorras de la Cárcel Real de Caracas, aunque se refugió (como Portales) en el Convento de San Francisco, cuando fue depuesto luego de haber sido acusado de varios delitos, entre ellos el de lenidad con el contrabando, si bien le había tocado enfrentar la Rebelión de Andresote, que era contrabandista. Su problema verdadero es que trató de enfrentar con energía los abusos de la Guipuzcoana, abusos que eran evidentes e irritaban con toda razón a los blancos criollos, que ya empezaban a sacar las uñas y a preparar, sin tener la más leve idea de que lo hacían, la rebelión que los separaría de España menos de un siglo después, pero no contaba con el poder suficiente en Madrid para hacerlo, y la Guipuzcoana se convirtió en juez y parte, envió a Martín de Lardizábal, que no podía ser más guipuzcoano, como Pesquisidor, y, por supuesto, el gobernador hubo de apelar a las armas del venado. No se conocen documentos del juicio, salvo la real cédula del 2 de octubre de 1735 lo obligó a regresar a España, virtualmente preso en un barco de la Compañía Guipuzcoana, aunque se le recomendaba al capitán que “tenga para con él y con su familia todas las condiciones que merece por su calidad y rango” (Sucre, Luis Alberto, Op. Cit., p. 248). Sin que nadie lo supiera, la suerte estaba echada.

FIN

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